martes, 1 de marzo de 2011

"Una mañana cualquiera de primavera" (cuento)


La tranquila mañana de primavera en la Plaza de Armas se vio sobresaltada de súbito aquel sábado. En lo alto de la Catedral, bajo una de sus torres, se divisaba claramente la imagen de una mujer. Muy pronto, un grupo de transeúntes y paseantes la descubrió, formándose en cosa de minutos un corrillo de curiosos que, desde abajo, contemplaba la figura dubitativa y exánime de la desconocida. No pasó mucho rato antes de que el grupo aumentara de tamaño y se convirtiera en una multitud expectante y consternada. Pues a nadie se le escapaba que la intención de la joven mujer era lanzarse al vacío en cualquier momento. Así lo revelaban sus leves movimientos ansiosos y su mirada triste y determinada. Así lo insinuaba el leve aleteo de su falda y la desesperación de su cuerpo anheloso.


Los clásicos gritos ahogados y los intercambios verbales que la gente comenzó a compartir sobre el origen de la mujer, su identidad, sus motivaciones o cómo diablos había conseguido llegar hasta ahí arriba se vieron interrumpidos por el ulular de las sirenas de Carabineros y Bomberos. Sin embargo, antes de que cualquiera de ellos lograra alcanzar la Plaza, un hombre se destacó entre la multitud y se encaminó con paso decidido hacia la entrada principal del templo. Por su aspecto de hombre maduro y el denuedo de sus pasos, nadie le impidió el acceso. Era evidente que su pretensión era la de llegar hasta la joven suicida e intentar convencerla de no dar ese trágico paso. “Seguramente es un médico o un psicólogo”, aventuraron algunas voces en tono bajo y esperanzado.


Pocos minutos después, la multitud, que ya ocupaba más de la mitad de la Plaza (algunos se habían encaramado sobre la estatua de Pedro de Valdivia con la ilusión de obtener mejor perspectiva), vio surgir desde detrás del arco central la figura alta y robusta del hombre. Muchos de quienes poseían teléfono celular con cámara comenzaron a fotografiar y a filmar la escena. Carabineros y Bomberos, arribados ya hasta el acceso de la Catedral, contemplaban, a su vez, con el aliento contenido cómo el hombre se aproximaba lentamente hacia la mujer, las manos con las palmas hacia abajo en gesto de calma con el fin de no asustarla y precipitar su decisión.


Bomberos decidió también subir pues, pese a que la joven parecía no alterarse por la intervención del hombre, evaluaron que éste podría necesitar de apoyo logístico, máxime cuando nadie entre los presentes les pudo explicar quién era el sujeto ni por qué razón se había prestado voluntario a subir y rescatar a la mujer. “Podrá ser un buen samaritano cargado de buenas intenciones pero también un riesgo para su propia seguridad y la de la dama”, opinaron cautelosos y profesionales.


Desde fuera de la Catedral, la multitud observaba petrificada los movimientos del hombre en un intento prudente por acercarse a la joven. La altura y los murmullos de la gente, cada vez más altos y asustados por lo que se auguraba como un desenlace trágico, impedían escuchar las palabras que el hombre dirigía a la mujer y sólo sus gestos conciliadores y la mirada desconfiada de la joven conseguían expresar el drama que se desarrollaba a esa alarmante altura.


Repentinamente, todo cambió. La mujer se relajó y sonrió perceptiblemente para todos quienes la observaban y caminó unos pocos pasos hacia el hombre, con la mano estirada. El público rompió en aplausos irrefrenables y entusiastas cuando el hombre tomó la mano de la joven entre las suyas y varios gritos de alegría se escucharon en todo el cuadrángulo de la Plaza. Acto seguido la alegría se congeló en el aire: los dos, tomados de la mano, saltaron juntos y se precipitaron al vacío. El terror y la angustia sustituyó en apenas unos segundos la euforia anterior. Nadie entendía nada mientras un círculo de transeúntes compungidos y desconcertados rodeaba los cuerpos inertes y la policía se esforzaba por mantener el orden. Nadie pudo entender que cuando el destino une a dos almas suicidas en un instante de afortunado infortunio, nada podrá detener ese salto al vacío hacia la eternidad...



Santiago, 31 de Julio de 2010


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