martes, 8 de marzo de 2011

"La espera" (microcuento)


Escribía porque no podía evitarlo. La noche había acrecentado su sensación de angustia y aunque finalmente no había recibido la llamada que tanto la preocupaba, la sensación de temor que le dejara la ausencia de noticias la sumió en un estado aún mayor de ansiedad que el hecho de recibirlas, pues pese a que sabía que se trataría de la peor de todas, de aquella que tendría la facultad de trastocar su vida entera y volverla una agonía, el hecho de mantenerse en la incertidumbre, en ese paréntesis terrorífico de desinformación la hacía volcar toda su ansia sobre el papel, en tinta negra como la duda, en letras rápidas como su miedo, en frases largas como la espera en que se encontraba sumergida... Escribía porque era la única forma de sacarse del alma la desazón que la agobiaba. Al principio fueron párrafos coherentes, quizás no tanto unos con otros como con la inquietud que le atenazaba la boca del estómago y apenas si le permitía respirar sin que se le llenaran los ojos de lágrimas. Pero si lloraba no podía ver y el papel se humedecía emborronando las letras, así que se obligó a sí misma a respirar profundo y pausadamente, como le enseñara su profesor de yoga, y así pudo continuar con su escrito aunque la zozobra se mantuviera incólume... Escribía porque era la única manera de mantenerse cuerda. Pues las horas transcurridas sin saber la tenían sumida en un estado de enajenación tal que el paso de las horas se había vuelto un mero acontecer anecdótico, sin nada que ofrecerle, sin nada que rescatar de ello. Su mano trazaba las mismas formas redondeadas y elegantes que habían sido la envidia de sus compañeras de colegio aquellos años ya lejanos en su ciudad natal, y el cuaderno iba perdiendo la impávida frescura de sus hojas nuevas reemplazada por el envejecimiento prematuro que le provocara su trazo afiebrado... Y cuando el cuaderno ya no fue suficiente, la pared suplió la carencia de papel y le otorgó un telón privilegiado para su prosa angustiada, para el paso de las horas que ya se habían convertido en días y que la mantenían en esa espera cargada de sombras y de miedos de los que finalmente nunca logró escapar. Ni siquiera cuando la espera llegó a su conclusión y aquellos amables hombres de firmes brazos blancos la sacaron de su habitación y la ayudaron a subir a la ambulancia...


Santiago, 8 de Marzo de 2011

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