lunes, 7 de marzo de 2011

"Amores de playa" (microcuento)


Sudaba... El calor húmedo e intenso del verano se extendía por su piel como un barniz pegajoso y desagradable. Las tres y media en una Plaza de Catalunya repleta de turistas y Susana no llegaba. Miró el reloj y maldijo la hora, tanto la que aparecía en la esfera que melancólicamente le devolvía la información temporal como la del momento en que había conocido a la muchacha, no mucho más joven que él, menuda, de gestos rápidos, extrovertidos, mirada gatuna y somnolienta que lo subyugaron en los apenas cinco minutos que duró su primer encuentro, unos días atrás, en la playa... Sabía poco de ella, sólo que sus ojos avellanados y sus labios carnosos y insinuantes le habían disparado el corazón a mil y eso sólo podía ser una buena señal, signo de que sus destinos no se habían cruzado por mero azar esa festiva tarde en la Barceloneta, y que su corazón atrapado entre los pliegues de su falda floreada ya no tenía más escapatoria que el amor... Menos veinte; comenzó a mirar en dirección a los cuatro puntos cardinales de la plaza, súbitamente inseguro sobre la dirección desde la que ella llegaría... Era guapísima; lo miraba entre divertida y coqueta, jugueteando con su toalla de Barbie, resabio de su abandonada preadolescencia, y sin vergüenza ninguna le había preguntado si la invitaba a una calada de su cigarrillo rubio. Él sonrió complacido, la chica estaba de miedo y él no iba a perder una oportunidad como ésa, y menos frente a sus coleguis del Instituto. Ella cogió el cigarrillo con gesto cansino, se lo llevó a los labios, aspiró el humo sin dejar de mirarlo a los ojos y se lo devolvió con un “gracias” susurrante que lo dejó loco de amor en apenas unos segundos. Acto seguido, se puso la toalla y dio media vuelta. Reaccionando in extremis, él le había pedido un número donde localizarla y ella le dio el de su teléfono móvil con el mismo tono pícaro con que le agradeciera la calada un minuto antes, número que él memorizó a toda velocidad y que de inmediato editó en su propio teléfono, no se le fuera a olvidar después...

"Vale, la llamo y le preguntó dónde está... ". Un repique, dos, tres, seis, un buzón de voz en tono metálico, un suspiro derrotado y la certeza de una verdad tan simple como fastidiosa: ni destino bienaventurado ni gaitas, la bella morenaza le había dado plantón...

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