martes, 29 de marzo de 2011

"Sentido" (relato)


“...y que la vida es mucho más que esa procesión de horas que se te vienen por delante y que te sientes incapaz de llenar de forma constructiva y positiva...” Gabriela leyó por enésima vez la frase y suspiró. Ese y otro sinfín de pensamientos eran su último intento por rescatar lo poco que le quedaba de sus ganas de vivir. El lápiz y el papel un medio un tanto anticuado pero aún eficiente en su arcaica utilidad, y un sinnúmero de ideas y reflexiones positivas y vivificadoras que, sin embargo, no conseguía hilar de forma convincente. No, estaba en medio de una de sus nunca bien ponderadas crisis existenciales, y ni esa frase ni las otras que conseguía, a tirabuzones, sonsacar de su abotagada y agotada cabeza, conseguían formar un todo satisfactorio, pleno, y se quedaban en una mera parodia de su vida y sus sensaciones. Y no es que tuviera la irrevocable decisión de matarse, pero esta idea, que para muchos sería algo peregrino e, incluso, enfermizo, a ella la había estado visitando bastante a menudo el último tiempo, llevándola a concebir escenarios y fórmulas del más variado tipo, lo cual, si bien hasta ahora no había fructificado en ninguna acción definitiva, sí había sido un pasatiempo más o menos recurrente de sus sobremesas, sentada bajo el quitasol del jardín, acompañada de alguna bebida gaseosa de sabor agridulce y fácil digestión...

Gabriela levantó la hoja de papel y la miró al trasluz, esperando quizás que alguna musa inspiradora trajese a su mente una nueva idea optimista, pero lo máximo a lo que llegó fue a quedarse estática frente a la sempiterna frase, releyéndola por décima vez. La frase no era tan positiva, después de todo, pues si bien exaltaba la vida cuantitativa y cualitativamente en ese “mucho más”, también mostraba una realidad penosa que su tedio infinito y su apatía galopante no conseguían desvirtuar: si bien existía en ella la voluntad de hacer algo positivo con su vida, lo cierto es que no veía dirección ni sentido para ello. Ya nada le resultaba especialmente interesante ni atractivo, y el sólo hecho de tener que cumplir cada día con la rutina en que consistía su diario vivir era el pensamiento más negro que su desánimo podía encontrar para consolidarse.

Lo agudo del asunto es que, en esencia, Gabriela no tenía nada de qué preocuparse, pero quizás precisamente en ello residía el mayor problema. Necesitaba un rumbo concreto hacia el cual orientar su vida de privilegiada dueña de casa encerrada en una villa elegante y tranquila, sin amistades en la ciudad a las que visitar, sin compras ni trámites que hacer, alejada de su familia por las distancias abismales de quien vive en medio del desierto, y sin más entretenimiento que la televisión, algunas lecturas y salir a deambular por las soleadas y bastante anodinas (cuando el desánimo se instala como marmórea losa en el alma demasiadas cosas se vuelven anodinas por el solo hecho de existir) calles copiapinas. Allí, a solas con su alma adormecida, rememoraba lo que había sido su existencia hacía apenas un año, entre las elegantes casas de la zona noreste de Santiago. Cuando se fue a vivir a La Dehesa el sólo destino brillaba lo suficientemente refulgente como para enceguecerla a ella y a sus más modestos parientes, todos ellos afincados más al occidente y al sur de la capital. Ceguera deslumbrada que duró apenas un pestañeo pues, a los pocos meses de la mudanza, su esposo le informó de grandes cambios en la empresa en la que trabajaba, donde los rumores de traslado hacia la región de Atacama se hacían cada día más firmes. Rumores que, finalmente, se hicieron efectivos.

Quizás lo justo sería decir que, no teniendo de qué preocuparse, el vacío existencial que sentía era mera consecuencia de su frivolidad y la insustancialidad que la vida, con sus aciertos y desaciertos, le provocaba. Gabriela nunca fue una persona dada a tomarse las cosas con demasiada seriedad, por ello la sorprendió tanto descubrir cuán profundamente estaba calando en su espíritu esa apatía y esa desalentadora indiferencia hacia su propia vida. Quizás, después de todo, siempre había estado ahí, pero en una ciudad cargada de estímulos como Santiago y una vida social activa, su depresión no había tenido el espacio ni el tiempo para manifestarse y sólo al encontrarse sola consigo misma halló la vía propicia para no sólo aparecer sino adueñarse por completo de su cuerpo y de su esencia vital.

Miró la hoja de papel de nuevo pensando en cuán sencillo sería simplemente cerrar los ojos y dejar de existir. Si sólo dependiera de ello, hacía mucho tiempo que habría abandonado este mundo. ¿Alguna vez había tenido sueños, inquietudes, pasiones? Ya no lo recordaba. Una lágrima descendió por su mejilla y ella la dejó transitar y caer hasta su mano, sin detenerla. Qué sentido habría tenido...

Santiago, Marzo de 2011

sábado, 26 de marzo de 2011

"Cuando yo era niña..." (texto)


Cuando yo era niña viví en el kibutz Mishmar Haemeck, en Israel. Era 1974, yo tenía entonces nueve años y venía recién llegando de Chile, estrenando mi exilio infantil en la Tierra Prometida (y que al año siguiente se trasladó a España). Mis tíos/as y primos/as de entonces (luego nacieron varios más) también estaban allí, así que esa primera etapa del exilio la vivimos juntos, lo cual fue un bálsamo para la dura y compleja situación en que el golpe de estado en Chile nos había dejado. El kibutz es una comunidad, de origen agrícola y ganadero, que surgió en Israel a principios del siglo XX y que tuvo como inspiración las ideas socialistas del filósofo Martín Buber. Pero no es de kibutzim ni de exilios ni de política que yo quería hablarles. Simplemente contarles que cuando yo era niña viví en un kibutz en Israel. Y ese kibutz tenía de todo para que la comunidad viviera cómodamente: pequeños edificios, casas, un comedor común, un pequeño consultorio médico, un cine, piscina para los sofocantes días de verano, campos de cultivo (sobre todo naranjas y girasoles), un bosque en el que me encantaba jugar y perderme, un salón recreativo, una fábrica de artículos plásticos, un establo de vacas y caballos, una pequeña zapatería, largas naves de gallinas y pollos (desde donde mis primos y yo nos robábamos los huevos y los pollitos de puro traviesos que éramos) y un lugar llamado Merkaz Klitá (Centro de Absorción) donde vivíamos la primera etapa de nuestra aliá los extranjeros y que consistía en un pequeño barrio de pequeños edificios en los que residíamos los que aún no pasábamos a ser miembros del kibutz propiamente dichos. El verano de 1974 vivíamos en el Merkaz Klitá varias familias de todas las nacionalidades posibles: chilenos, argentinos, rusos, alemanes, norteamericanos, italianos, franceses, sudafricanos, etc. Pero tampoco les voy a contar mucho de esta experiencia porque me alargaría demasiado y no he llegado aún al punto al que quiero llegar.

Cuando yo era niña viví en un kibutz en Israel. Y los niños del Merkaz Klitá éramos eso, niños y niñas felices e inocentes, como debiera ser siempre la infancia. El kibutz tenía repartidos por varios lugares estratégicos refugios anti-bombardeos y uno de ellos estaba situado justo frente a mi casa. Algunos de estos refugios (antiguos como el kibutz) estaban ya tan integrados al lugar donde los habían construido que aparecían camuflados entre la maleza, las plantas trepadoras y el pasto (y, de hecho, una de mis entretenciones de niña era justamente jugar a descubrirlos y arreglármelas para entrar). Otro de esos refugios, situado a un lado del comedor común, había sido adaptado en su interior como pub y supongo que cumplía con ese objetivo (y digo “supongo” porque como yo tenía nueve años obviamente nunca fui de noche). El refugio que estaba frente a mi casa se alzaba notorio y prominente sobre el pasto que circundaba el pequeño edificio donde yo vivía. Mis primos (y cuando digo “mis primos” me refiero a Claudia y a Gonzalo e incluyo a mi hermana Marcia, que con sus 6 años nos seguía a todas partes y se convertía en la cómplice expectante de nuestras travesuras) y yo lo usábamos para jugar. No se nos estaba permitido entrar, pero obviamente que la infancia no está hecha para hacer caso, y menos a los aburridos adultos del kibutz que se atrevían a prohibirnos algo, así que entrábamos igual. Abríamos la puerta blindada de arriba, bajábamos las oscuras escaleras, abríamos la enorme puerta blindada de abajo (que un día, jugando y por accidente, me arrancó la uña del dedo meñique de mi pie izquierdo) y entrábamos al refugio, que durante esos meses se convirtió en nuestro “club” privado. El interior, reducido y con olor a subterráneo, estaba amoblado con varias literas dispuestas de forma que aprovechaba el espacio lo mejor posible y una pequeña habitación contigua con una cama individual. Las literas tenían pequeños carteles y un día que me fijé en ellos me di cuenta de que eran los nombres de todos los niños del Merkaz Klitá, pero ninguno de nuestros padres. Comprendí de inmediato que en caso de bombardeo se consideraba que nuestros padres estarían trabajando y entraríamos al refugio acompañados de nuestras profesoras, pues nuestro pequeño colegio estaba dentro del Merkaz. No puedo negar que una pequeña angustia atravesó mi estómago en ese momento de súbita comprensión, pero niña e inconsulta como era ésta no duró mucho. Por fortuna, nunca vivimos un bombardeo mientras vivimos allí pues en aquellos días la situación en Oriente Medio, pese a ser el amenazante polvorín que siempre ha sido, en aquel entonces vivía una tregua indefinida que más temprano que tarde se rompería (pues tratándose de batallas y de guerras, nunca ocurren tarde o nunca como uno/a desearía)

Mis primos y yo, como les contaba, usábamos el refugio como nuestro “club” particular. Recuerdo una vez que nos quedamos encerrados los cuatro primos (algún “simpático” niño nos cerró la puerta y nos dejó dentro) y cuando quisimos escapar por el respiradero (lo suficientemente grande para nuestros pequeños cuerpos de infante), descubrimos que en él se encontraba descansando una gigantesca araña peluda de largas y escalofriantes patas negras, lo cual, obviamente, nos obligó a la medida desesperada correspondiente: gritar como condenados hasta que un adulto nos abrió la puerta y nos dejó salir. Recuerdo otra ocasión en que mis primos y yo nos robamos un huevo de pato de una jaula que había en alguna parte del kibutz (el pato era la mascota regalona de alguien y fue la víctima inocente de nuestro expolio). Mis primos y yo decidimos empollar ese huevo y, de esa manera, ser testigos del nacimiento del patito que obviamente debía salir de allí. Lo llevamos al refugio, lo pusimos sobre un cojín y lo iluminamos con una bombilla. Los días pasaron e insistíamos en nuestro “tratamiento”. Pasaron otros pocos días y comenzamos a impacientarnos hasta que un día mi primo Gonzalo lo agitó un poquito (sonaba como cascabel amortiguado) y lo arrojó enojado contra la pared. El huevo se rompió y por el muro comenzó a descender una pasta verdosa que emitía un olor putrefacto. Mis primos y yo abandonamos el refugio en desbandada huyendo del mal olor. Sobra decir que no volvimos al “club” en varios días...

En fin, quiero aclarar que este retazo de mi vida no tiene ninguna intención política ni histórica. Simplemente hace unos meses vi, como todos/as, las imágenes por televisión de los niños palestinos corriendo a los refugios y de los niños israelíes corriendo a los suyos. Y obviamente que mi mente no ha podido evitar hacer la conexión con mis vivencias infantiles y mi experiencia personal con los refugios anti-bombardeos. Una cosa está más que clara y seguro estarán de acuerdo conmigo: debo agradecer mi infinita y benevolente fortuna...


Santiago, Marzo de 2011


"Un destello de memoria esencial"


Regreso a las huellas de mi pasado ausente

entreabriendo surcos de memoria,

torrentes de vivencias.


Y entre los senderos de mi conciencia,

- secretos desfiladeros en mi esencia presente -

creo vislumbrar los recovecos de mi historia,

esa historia sembrada y cultivada

en campos diferentes, mareas distantes,

primaveras inocentes, lenguas forasteras,

cielos estrellados, silencios candentes,

otoños ovetenses, días valencianos,

hebreos continentes, la luna española

de sonrisa nocturna, la cordillera poderosa

de un Chile naciente, el ser azaroso

y aroma a especias orientales

de un Aretz persistente...


Y entre los pliegos intangibles

de mi acento y de mi mente,

entre recuerdos entrañables y

mis anhelos más urgentes

siento las alas azuladas de una nube aventurera

que me trae y me lleva los sonidos y destellos,

las palabras y los versos sempiternos

de sur a norte,

y de oriente a occidente...


Santiago, 27 de Noviembre de 2008

miércoles, 23 de marzo de 2011

"Reflexiones otoñales" (texto)



Frente a mi antejardín tengo dos grandes árboles de hoja caduca. Son hermosos y durante la primavera y el verano protegen el frontis de mi hogar de la presencia inapelable del sol pero, francamente, yo hubiera preferido que se tratara de árboles de hoja perenne. Cómo no, si cada otoño me veo obligada a barrer millones de hojas que bien podrían llegar, en total, a la tonelada. Obviamente no tienen la gentileza de caerse todas juntas en un solo día sino que cada jornada me veo en la necesidad de barrer miles y miles de ellas para que bajo su manto ocre y crujiente no desaparezcan mi vehículo ni la vereda... Al principio, me tomé la labor de barrerlas con el estoicismo propio de la dueña de casa que desea un entorno limpio y ordenado para su hogar. Cada tarde, los primeros días pues luego descubrí que las mañanas era un mejor horario, escoba, recogedor y tacho de basura en mano me dirigía al antejardín con el fin de desocuparlo de hojas marchitas. Era una labor metódica, no demasiado larga ni demasiado agotadora, a decir verdad, y esmerada. Con el paso de los días, sin embargo, mi actitud y sensaciones han ido cambiando. Continúo recogiéndolas con el mismo esmero y la misma persistencia metódica (eso no ha cambiado) pero con el añadido de que ahora he aprendido a observar las hojas y donde antes sólo veía un manto amorfo y desbordado, ahora reparo en sus diferentes texturas, colores y consistencias, descubriendo, gracias a ellas, una diversidad de la que antes no me había percatado. Y esa diversidad me ha llevado a reflexiones sobre lo efímero de la existencia y el inevitable fin de la corporalidad, de la existencia física... Las hojas, como todo ser vivo, tienen un ciclo de vida y muerte que replica a la perfección cualquier tipo de existencia sobre la Tierra. En primavera, brotan con esa energía que sólo el milagro de la vida otorga; durante el verano lucen espléndidas y hacen del árbol un ente frondoso y radiante; a la llegada del otoño comienzan a mudar de color, a perder su lozanía y a caer del árbol; arrastradas irremisiblemente por el viento o la escoba de turno, terminan su ciclo desapareciendo totalmente con la llegada del invierno para, nuevamente, ser reemplazadas por otras hojas con la nueva aparición de la primavera. Un ciclo perfecto, perenne, coordinado, esencial... Un ciclo de existencia que nos habla de mortalidad, de reemplazo, de desaparición y retorno al misterio del Cosmos, pero también de renovación, de energía que no muere ni se destruye, de esperanza y evolución... De un mundo que nunca dejará de experimentar el cambio y el avance de sus criaturas, ni la dinámica de la vida y la muerte, realidad en la que la mano del hombre, pese a su arrogante displicencia y al poder que cree tener sobre el planeta, nunca podrá intervenir, detener ni modificar...

Santiago, 23 de Marzo de 2011

martes, 22 de marzo de 2011

"Sueños" (texto)


No sé si a Uds. les sucede algo parecido, pero una sensación, reiterada y un tanto frustrante, que me sobreviene al momento de intentar relatar a alguien un sueño que tuve es que muchas veces aquello que resulta, precisamente, lo más interesante del mismo es lo que no puedo describir con precisión, y no porque no lo recuerde o porque tenga una imagen difusa de ello, sino porque me es imposible encontrar las palabras precisas que expresen a cabalidad lo que vi en dicho sueño. De esa manera, calles, casas (su interior y exterior), habitaciones, parajes, paisajes, objetos extraños e incluso las personas se convierten en imágenes absolutamente personales y privadas, íntimas, y no porque ésa sea mi intención sino porque por mucho que me esfuerce tengo la seguridad de que mi interlocutor/a jamás podrá imaginarlos o visualizarlos tal y como yo los vi, tal y como los recuerdo...

No importa si acompaño la descripción con colores, sonidos, ejemplos reconocibles por mi interlocutor/a o recuerdos comunes con quien escucha mi relato... Tampoco sirve de nada que dibuje aquello que me parece representable a través de algunos trazos, máxime considerando que soy una pésima dibujante y lo máximo que conseguiría sería un pálido reflejo de la imagen que intento describir y, por el contrario, lo más probable es que confundiera aún más a quien estoy contando mi sueño...

En suma, que por mucho que pretenda hacer partícipe a otros/as de lo que constituyó un sueño en concreto que tuve, soy consciente de que lo máximo a lo que puedo aspirar es a compartir el contenido del mismo, los sucesos, lo acontecido y quienes en él figuran (lo cual no es poco, pero para quienes sueñan con profusión de imágenes y estímulos visuales, como a mí me ocurre, resulta demasiado parco), pues cualquier intento de hacerles “ver” lo que yo vi en término de lugares (con todo su lujo de detalles, que yo suelo recordar con visos de auténtica memoria fotográfica) no pasa de ser eso, un mero intento...

¿Será simplemente que ésa es la calidad esencial del sueño? ¿Ser el espacio más privado e intransferible de nuestra realidad, de nuestra naturaleza humana? ¿Brindarnos un área donde nadie pueda penetrar lo más intenso y profundo de nuestra psiquis, protegiéndola, así, de influencias e intromisiones que podrían neutralizar nuestro espacio de mayor libertad y creatividad? ¿Entregarnos una plaza en nuestro consciente e inconsciente que nos permita poder explayarnos y producir todo aquello que, en nuestra vida real y concreta, es sencillamente imposible? ¿Regalarnos un lugar sin límites, adoptando las palabras de Donoso, donde nuestra mente puede viajar, expresarse y desarrollarse con plena autonomía, descubriendo un mundo entero donde poder fundar las bases de nuestros anhelos y deseos?

Lo que es yo, he descubierto algo muy simple y entrañable: el único lugar donde puedo reencontrarme con mis seres queridos ya fallecidos, mi padre, mi abuelo, es en mis sueños... Sólo allí logro volver a interactuar con ellos, hablarles, escucharlos, tocarlos y recuperar por esos breves instantes el amor, la cotidianeidad y la complicidad perdidas... Y ya sólo por eso agradezco, cuido y amo mis sueños, esa puerta abierta hacia lo imposible...

Santiago, Abril de 2009

lunes, 21 de marzo de 2011

¿Trascendencia?


¿Por qué no respiro hasta que el sol

vuelve a mi boca cada mañana?

¿Por qué el reflejo de mis ojos

huye del mundo hasta que amanece?

¿Por qué el principio de los tiempos

se parece tanto al ocaso de mis sueños?

¿Por qué la oscuridad se me antoja un misterio

insustancial, sin magia ni remedio?


Hace lunas descubrí

que la trascendencia del ser humano no existe,

y que tras la muerte del cuerpo

sólo nos espera esa ceniza estelar

que nos dio vida, que nos dio esencia cósmica.


Cuando el brillo de mis ojos se apague

otro brillo aparecerá, menos personal,

menos íntimo,

más absoluto e infinito,

de estrellas, de gases,

de galaxias y planetas,

de un Cosmos que se crea y se destruye,

que explosiona y se expande,

se contrae y se despliega...


Ese polvo estelar que nos conforma

es el mismo al que retornamos al morir,

y así la vida y la muerte siguen su curso impávido,

y así será hasta que el Universo concluya

-si es que algún día la alcanza-

su evolución suprema y soberana...


¿El don de existir fue un regalo del azar,

un encuentro afortunado, un cultivo certero,

la reunión acertada, la colisión providencial

de millones de años y moléculas venturosas?

Hay tanto aún en el misterio

y en el oráculo de la vida...

Tantas puertas abiertas al Cosmos

y tantos ojos cerrados al Universo...


No hay más trascendencia

que la que nos da la tierra.

No hay más espíritu

que el que cultivamos en vida.

No hay más alma

que el Amor que brindamos al mundo.

No hay más existencia

que la que abrigan nuestras venas abiertas...


Santiago, 04 de Febrero de 2009

martes, 15 de marzo de 2011

"Pájaro que anidas"


Pájaro que anidas

como engañosa fuente

de aromas añejos,

de recuerdos inhóspitos,

anclado en una estación

antigua, atrapada

en el oscurantismo

de mi propia vida.


Imágenes sin tregua

alma ni sentido,

atropellan la aurora

jubilosa de mis sueños,

ignorando la hermosura

de lugares y lenguas

mudándolas

en una suerte de locura.


El tiempo se cansa,

implora clemencia:

no más retratos vivos

de una memoria

muerta,

no más efigies quietas

de paisajes olvidados

en un álbum de promesas.


Como llamas ardientes

en un mundo de prebendas

la hierba reverdece

bajo mis pies umbríos

y los pétalos del aire

acarician mi rostro

con el tacto suave

del próximo estío...


Santiago, 19 de Octubre de 2010

sábado, 12 de marzo de 2011

"Por una estela de luna"


Partiste de madrugada,

cautivada por una estela

de luna,

una noche de alarmas

y augurios,

una noche de océanos

y espumas...


Partiste en silencio,

con la elegancia

de siempre;

cosida a tu falda

el brillo de una estrella,

y en nuestro rostro

prendida una lágrima...


Emprendes tu viaje

de regreso al misterio

y nos dejas como prenda

el destello de la vida;

esa luz que es aliento y semilla...

Que es amor,

y recuerdos...


Para la tía Eliana, en su partida...

Santiago, 12 de Marzo de 2011

miércoles, 9 de marzo de 2011

"Sonreía" (microcuento)


Sonreía, siempre sonreía... Incluso cuando el viento frío de la montaña parecía cortarle la cara como un cuchillo y sentía sobre sus mejillas el gélido corte invernal lacerando su piel... También cuando la lluvia empapaba sus párpados, pero entonces sonreía con verdadero deleite, pues las gotas celestiales lavaban sus lágrimas y con ellas todo el dolor de su pecho se disolvía en una caricia grata, incluso cuando la humedad amenazaba con calarla hasta los huesos... Sonreía con tibieza, entrecerrando los ojos cuando el sol deslumbraba sus pupilas y reverberaba en el rumor plácido de su cabello ondeando a la brisa... Su mirada se perdía en lontananza, entre las nubes y las cumbres más lejanas, y sonreía nuevamente, arrullada por el canto primoroso de las aves que pasaban sobre su cabeza o se posaban, curiosas y desconfiadas, en las ramas cercanas... Sonreía quizás sin sentir verdadera alegría, simplemente por el placer de sonreírle a la naturaleza amable que la rodeaba, al cielo que se descolgaba como un manto suave sobre su cabeza, al perro desgreñado que la acompañaba fiel día y noche, a las sombras que emitían sus cuerpos sobre la hierba ondulante, a la mano cálida que le daba el alimento cuando parecía necesitarlo... Al menos así pensaba el hombre tosco y protector que cada mañana la llevaba al borde del barranco, bajo la sombra de aquel roble añoso... Pues sabía que sólo allí su hija recobraba la calma que bajo el techo del hogar parecía abandonarla, colmando sus ojos de inquietud y tristeza... Sólo allí su bienamada, nacida sin la facultad de caminar y distinta en facciones, habilidades y propósitos a otros niños, era feliz...

Santiago, 09 de Marzo de 2011

"Solsticio" (poema)


Somos fruto nuevo

de un comienzo fresco,

lozano.

Rocío matinal

que se abre a nuestra mesa

-banquete de uvas y estrellas –,

germen volátil

de un canto gestado

a la sombra de un

sauce cósmico,

de un rosal etéreo...


Somos semilla pura,

simiente renacida

hacia una nueva aventura

primigenia,

la de cada nuevo sol

de enero,

la de cada antigua brisa

de diciembre...


Levantamos la mirada

hacia un cielo perenne,

que siendo el mismo de ayer

es distinto,

promisorio e insolente,

que nos trae, enredado

entre sus dedos intangibles

y celestes,

el afán urgente

y el anhelo táctil

de una nueva vida,

para un ajado

presente...


Santiago, Diciembre de 2010

martes, 8 de marzo de 2011

"La espera" (microcuento)


Escribía porque no podía evitarlo. La noche había acrecentado su sensación de angustia y aunque finalmente no había recibido la llamada que tanto la preocupaba, la sensación de temor que le dejara la ausencia de noticias la sumió en un estado aún mayor de ansiedad que el hecho de recibirlas, pues pese a que sabía que se trataría de la peor de todas, de aquella que tendría la facultad de trastocar su vida entera y volverla una agonía, el hecho de mantenerse en la incertidumbre, en ese paréntesis terrorífico de desinformación la hacía volcar toda su ansia sobre el papel, en tinta negra como la duda, en letras rápidas como su miedo, en frases largas como la espera en que se encontraba sumergida... Escribía porque era la única forma de sacarse del alma la desazón que la agobiaba. Al principio fueron párrafos coherentes, quizás no tanto unos con otros como con la inquietud que le atenazaba la boca del estómago y apenas si le permitía respirar sin que se le llenaran los ojos de lágrimas. Pero si lloraba no podía ver y el papel se humedecía emborronando las letras, así que se obligó a sí misma a respirar profundo y pausadamente, como le enseñara su profesor de yoga, y así pudo continuar con su escrito aunque la zozobra se mantuviera incólume... Escribía porque era la única manera de mantenerse cuerda. Pues las horas transcurridas sin saber la tenían sumida en un estado de enajenación tal que el paso de las horas se había vuelto un mero acontecer anecdótico, sin nada que ofrecerle, sin nada que rescatar de ello. Su mano trazaba las mismas formas redondeadas y elegantes que habían sido la envidia de sus compañeras de colegio aquellos años ya lejanos en su ciudad natal, y el cuaderno iba perdiendo la impávida frescura de sus hojas nuevas reemplazada por el envejecimiento prematuro que le provocara su trazo afiebrado... Y cuando el cuaderno ya no fue suficiente, la pared suplió la carencia de papel y le otorgó un telón privilegiado para su prosa angustiada, para el paso de las horas que ya se habían convertido en días y que la mantenían en esa espera cargada de sombras y de miedos de los que finalmente nunca logró escapar. Ni siquiera cuando la espera llegó a su conclusión y aquellos amables hombres de firmes brazos blancos la sacaron de su habitación y la ayudaron a subir a la ambulancia...


Santiago, 8 de Marzo de 2011

"Y Dios hizo al mundo..." (microtexto)


Y Dios hizo el mundo, y vio que era bueno. Y puso en él las tierras y los mares, y vio que era bueno. Y en esas tierras puso cordilleras, valles, montañas, selvas, desiertos, árboles, flores, animales inmensos y pequeños seres vivos y vio que era bueno. Y en esos mares puso islas, peces, algas, corales, grandes cetáceos y pequeños crustáceos, y vio que era bueno. Y entonces Dios creó al hombre y a la mujer, y pensó que eran su mejor obra. Y con el tiempo vio que el ser humano construía pueblos, granjas, villorrios, ciudades y grandes urbes y pensó que era bueno, pues creó al ser humano gregario y social. Y vio Dios que en SU honor, hombres y mujeres levantaban creencias, templos, iglesias, lugares santos y de oración y pensó que era lógico, pues Él era omnipotente y omnisciente y se le debía adoración. Y vio Dios que los hombres y las mujeres lo nombraban de diferentes maneras, Deus, Elohim, Alá y pensó que era bueno pues así habría libertad de culto. Y vio entonces que el hombre y la mujer comenzaban a disputarse las tierras y los mares, con todas Sus maravillosas creaciones, en nombre Suyo, y empezó a preocuparse. Muy tarde vino a observar Dios que en Su nombre surgían la intolerancia, el fanatismo, el sometimiento, la violencia, la destrucción y las guerras santas. Demasiado tarde vio Dios que si en lugar de aceptar un culto a su Persona hubiera propiciado un culto a sus maravillosas creaciones, a la Naturaleza, hombres y mujeres no habrían muerto asesinados por millones a lo largo de tantos siglos. De nada sirve ya que Dios vea que esto no es bueno: Su egolatría le ha costado al ser humano lo más valioso que Él le entregó: su espíritu.


Santiago, 02 de Septiembre de 2009

lunes, 7 de marzo de 2011

"Amores de playa" (microcuento)


Sudaba... El calor húmedo e intenso del verano se extendía por su piel como un barniz pegajoso y desagradable. Las tres y media en una Plaza de Catalunya repleta de turistas y Susana no llegaba. Miró el reloj y maldijo la hora, tanto la que aparecía en la esfera que melancólicamente le devolvía la información temporal como la del momento en que había conocido a la muchacha, no mucho más joven que él, menuda, de gestos rápidos, extrovertidos, mirada gatuna y somnolienta que lo subyugaron en los apenas cinco minutos que duró su primer encuentro, unos días atrás, en la playa... Sabía poco de ella, sólo que sus ojos avellanados y sus labios carnosos y insinuantes le habían disparado el corazón a mil y eso sólo podía ser una buena señal, signo de que sus destinos no se habían cruzado por mero azar esa festiva tarde en la Barceloneta, y que su corazón atrapado entre los pliegues de su falda floreada ya no tenía más escapatoria que el amor... Menos veinte; comenzó a mirar en dirección a los cuatro puntos cardinales de la plaza, súbitamente inseguro sobre la dirección desde la que ella llegaría... Era guapísima; lo miraba entre divertida y coqueta, jugueteando con su toalla de Barbie, resabio de su abandonada preadolescencia, y sin vergüenza ninguna le había preguntado si la invitaba a una calada de su cigarrillo rubio. Él sonrió complacido, la chica estaba de miedo y él no iba a perder una oportunidad como ésa, y menos frente a sus coleguis del Instituto. Ella cogió el cigarrillo con gesto cansino, se lo llevó a los labios, aspiró el humo sin dejar de mirarlo a los ojos y se lo devolvió con un “gracias” susurrante que lo dejó loco de amor en apenas unos segundos. Acto seguido, se puso la toalla y dio media vuelta. Reaccionando in extremis, él le había pedido un número donde localizarla y ella le dio el de su teléfono móvil con el mismo tono pícaro con que le agradeciera la calada un minuto antes, número que él memorizó a toda velocidad y que de inmediato editó en su propio teléfono, no se le fuera a olvidar después...

"Vale, la llamo y le preguntó dónde está... ". Un repique, dos, tres, seis, un buzón de voz en tono metálico, un suspiro derrotado y la certeza de una verdad tan simple como fastidiosa: ni destino bienaventurado ni gaitas, la bella morenaza le había dado plantón...

"La vida"


La vida es un parpadeo,

transcurre en un abrir

y cerrar de ojos;

para cada uno de nosotros,

sin embargo,

el tiempo que ocupa ese

impenitente pestañeo

no es el mismo...

Para algunos,

resignados, estoicos

e incluso escépticos,

el intervalo dura lentos

y sufridos años;

para otros, más realistas,

prudentes y sensatos,

empíricas

y objetivadas décadas;

para los idealistas, epicúreos

y positivos,

un inconmensurable lapso

medido en logros, alegrías

y esperanzas...

Y para los desalentados,

abatidos y relegados

de este mundo,

esa milésima de segundo,

ese parpadeo que es la vida,

acontece en un opresivo

y angustiante milenio

cargado de cansancio

y sufrimiento...


Santiago, 07 de Marzo de 2011

domingo, 6 de marzo de 2011

"La compra" (microcuento)


Entró al supermercado y, como siempre, supo que había olvidado anotar algo en la lista de la compra. Con ella en la mano, recorrió las estanterías colmadas de productos cotidianos, y se detuvo en la sección de pastas, salsas de tomate y queso rallado esperando la anhelada inspiración. Nada de lo que contemplaba, ni los tallarines, ni los spaguettis ni los raviolis rellenos de queso parmesano le dieron el mínimo indicio de qué sería lo que había olvidado anotar. Molesta y humillada por esa sensación impertinente que le recordaba inmisericorde cuán despistada era para estos menesteres (y en general), decidió llenar el carrito de la compra con una cosa de cada producto expuesto a su vista. Cual arca de Noé unipersonal, el carrito se paseó veloz recogiendo un shampoo, un desodorante, una bolsa de pan de molde, un paquete de azúcar, un rimel, un tubo de pasta dentífrica, una paquete de tampones, una caja de detergente para automáticas, un paquete de chicles, una bolsa de malvaviscos, un paquete de galletas, un bálsamo para el pelo, una lata de comida para gatos... El carro rebosaba por los cuatro costados cuando llegó a la caja, y después de dar los buenos días a la cajera y poner todos los productos sobre la cinta transportadora, sacó la billetera y de ella la tarjeta de crédito del Supermercado junto a su carnet de identidad... La sonrisa forzada y poco agraciada de su foto le recordó, de improviso, qué era lo que necesitaba: ¡crema desmaquilladora! Avergonzada, con la autoestima por el suelo e incapaz de sacar de la cinta los productos que no necesitaba, pagó la desmesurada cuenta con un pensamiento positivo: “Al menos había de la marca que me gusta”.

sábado, 5 de marzo de 2011

"No sé quién eres"


No sé quién eres tú,

¿sabes tú quién soy yo?

Esa capa de extranjero que te cubre

desaloja de mi cuerpo tu mirada,

me cubre de máscaras y sombras,

me vuelve vacía e invisible

a tus ojos sin esencia ni alma...


No sé quién eres,

¿sabes tú acaso quién soy?

Dame tu mano, tus dedos,

deja que el roce hable por ambos,

que la frontera que nos separa

se vuelva polvo y silencio

que nos permita ser sin juzgarnos...


No sé quién eres

y tú tampoco sabes quién soy.

Hay todo un mundo de murallas,

de límites, de defensas

que nos separan y nos alienan

tras gruesos muros que nos protegen

y, embrutecidos, nos encierran...


No sé quién eres,

quizás algún día sabrás quién soy,

impedidos como estamos

de comunicarnos como iguales,

como hermanos, como pares,

temiendo siempre, desconfiando,

ignorantes, al miedo aferrados...


No sé quién eres,

¿quieres saber quién soy yo?

Soy aquélla que está frente a ti

pero en realidad quiere estar a tu lado.

Aquélla que no desea más guerras,

ni distancias, ni muertes – ¡sólo amor! -

y te ve tal cual eres, un ser humano...


Santiago, 14 de Enero de 2010