domingo, 15 de septiembre de 2019

País sin nombre




En estas fechas, el colegio de mi hija Maián celebra su tradicional Asamblea de Fiestas Patrias. Cada año, la Asamblea se celebra en torno a un tema patrio.Y este año, la conmemoración tuvo como tema central a Gabriela Mistral. Fue un bonito homenaje a la gran poetisa chilena, Premio Nobel de Literatura. Sus poemas pendían entre banderines por sobre nuestras cabezas, y eran recitados y cantados entre números musicales donde los niños y niñas del colegio mostraban sus mejores dotes artísticas ataviados con trajes coloridos y alegres. Fue, reitero, un bello homenaje. Para mí, que me estoy despidiendo de Chile día a día entre todo tipo de trámites, idas y venidas, y un sinfín de emociones encontradas, fue un momento muy emotivo. Y, de pronto y como suelen darse estas cosas, un solo verso recitado al aire me conmocionó de arriba a abajo. Un solo verso que me transportó en segundos a esta realidad que forma parte de mí desde mi infancia: la del exilio, la del retorno, la del arraigo y el desarraigo y que comparto - tod@s los exiliad@s e hij@s del exilio compartimos – con Gabriela Mistral pues, como todos sabemos y aunque su salida de Chile fuera voluntaria, fue también una suerte de exilio... Un solo verso que me remeció y respondió muchas de esas preguntas que, quienes vivimos la realidad del encuentro y desencuentro con el país que nos vio nacer, nos hacemos muchas veces. Preguntas en torno a la identidad, a la pertenencia, a quién somos, dónde nacimos y dónde sentimos que está la patria.

Y ese verso era “Y en país sin nombre me voy a morir”.

Gabriela se refería a Estados Unidos, pero ese verso es la metáfora perfecta para quien se ha convertido en apátrida. Ella, en todo caso y pese a su auto-exilio, no se sentía cómoda en esta condición; amaba su tierra y deseaba ser enterrada en ella. Y allí descansan sus restos, en Montegrande, tal como ella lo pidió.
En mi caso, a estas alturas de mi vida, no siento ninguna incomodidad con mi condición de apátrida. Soy una hija del exilio y pertenezco allí donde elijo pertenecer. Y aunque administrativamente tengo más de una nacionalidad, lo cierto es que no tengo más petición con respecto a mis restos que ser cremada y que mis cenizas se esparzan en la tierra. Cualquier tierra. Porque la Tierra es solo una.

Hace ya mucho tiempo que entendí que yo soy mi propio país sin nombre, y que allí donde muera será donde mis restos deban quedar. De todas formas, estaré muy lejos de cualquier lugar y pasaré a integrar ese Cosmos infinito que un día me vio nacer.

Santiago, 15 de Septiembre de 2019