jueves, 28 de abril de 2011

"Algo de mí"


Hay algo de mí

que nunca morirá.

Aún no vislumbro

si se trata

de la simiente pura

de mi alma tibia

o el verbo alado

de mis manos

en tu espalda.


Quizás la luna llena

cargada de rocío

o el manantial sensible

que emanó un día

de mi vientre.


Hay algo de mí

que nunca morirá,

porque la noche

no cubre de llanto

mis sueños

sino que perla de estrellas

mi frente dormida.


Quizás la prosa viva

que liberé al viento,

salida del encierro injusto

y el tiempo de barbecho,

o quizás el verso inquieto

que dormitaba somnoliento,

anidado cual paloma

en el centro

de mi pecho.


Hay algo de mí

que nunca morirá.

Aquello que hoy

es vida, corazón y aliento,

reflejo mágico

de mi pasado etéreo,

palabra, obra, luz

y pensamiento...


Santiago, 27 de Abril de 2011

martes, 19 de abril de 2011

Iglesia y pedofilia (texto)


La Iglesia Católica chilena está demostrando tomarse muy poco en serio la grave situación que atraviesa actualmente a consecuencia del caso Karadima, haciendo nuevamente gala de la misma soberbia y actitud de “intocables” que ha demostrado la Iglesia en general a lo largo de las últimas décadas en relación a los abusos cometidos contra miles de niños y niñas a lo largo y ancho del mundo. Y afirmo esto porque la gravedad de la situación es mucho más profunda y precisa de mucha mayor atención que el tardío y conveniente mea culpa de la jerarquía eclesiástica, tanto en el Vaticano como en Chile, o de medidas tales como la creación de un organismo que se ocupe de la reparación de las víctimas, considerando sobre todo que el mundo ha visto ya demasiadas generaciones de niños y niñas crecer sin ningún tipo de apoyo ni ayuda tras haber sufrido todo tipo de abusos por parte de sacerdotes católicos, y que lo que corresponde ahora es poner el acento en la prevención de este tipo de delitos.


En efecto, a un nivel psicosocial, si ya el abuso sexual y violación de menores es un acto gravísimo (aunque las penas que arriesgan los perpetradores, en general, nunca han sido tan altas como debieran), al hecho abusivo en sí se añade la característica (antes incuestionable, hoy presunta) de “autoridad moral” de la que los sacerdotes estaban investidos, lo que agrava aún más el acto ominoso y lo convierte en un atentado no sólo contra sus jóvenes víctimas sino contra toda la sociedad por cuanto en la mayor parte de los países occidentales ésta se rige por normas morales de origen cristiano y la Iglesia católica se ha convertido en el bastión moral de sus ciudadanos. Además, durante las décadas y décadas de abuso, la Iglesia, lejos de responder a estos con la debida corrección, es decir, entregar al perpetrador a las autoridades civiles y castigarlo a su vez con la expulsión de la Iglesia impidiéndoles continuar ejerciendo el sacerdocio (pues una vez comprobada su evidente inmoralidad así debió ser) y escuchar y proteger a las víctimas, por el contrario, convenció a éstas y a sus familias de la conveniencia del silencio y del secretismo, convirtiéndose en un ente cómplice de los abusos, eligiendo con total frialdad ocultar el delito, proteger al perpetrador y muchas veces simplemente trasladarlo de parroquia con el fin de alejarlo de sus acusadores, haciendo de él una amenaza real (y un abuso concreto) para otra comunidad, que recibía al nuevo párroco sin saber qué tipo de criminal acercaba a sus hijos.


Es importante observar, entonces, el fenómeno del abuso desde la perspectiva de aquellos que, estando cercanos al niño abusado y habiendo presentado sus reservas o sus quejas directas a la autoridad eclesiástica, fueron finalmente absorbidos por una suerte de pacto de silencio a favor del perpetrador y de la Iglesia Católica, quienes quizás advirtiendo maliciosamente del estigma social que acompañaría al niño abusado como consecuencia directa de la denuncia, o simplemente ejerciendo el inmenso poder que la Iglesia ha ostentado desde siempre, finalmente conseguían su propósito: silenciar a sus pequeñas víctimas y a sus familiares, protegiendo así a criminales que nunca pagaron por sus crímenes y de los cuales muchos aún gozan de total impunidad.


Estamos hablando de décadas de abuso sexual, de miles de niños alrededor del mundo marcados por una experiencia aterradora y traumatizante, de una actitud cómplice y por lo tanto criminal por parte de una entidad – la Iglesia Católica - con millones de fieles en los cinco continentes totalmente convencidos de la superioridad moral de su jerarquía eclesiástica y de su carácter de “representantes de Dios en la Tierra”. Así las cosas, el mea culpa de Monseñor Ezzati y Monseñor Errázuriz es, sencillamente, tardío, conveniente y con un claro “tufillo” de arrogancia porque, pese a todo, no se ve que proceda de un reconocimiento sincero del daño infligido por parte de la Iglesia (y no sólo por Karadima) a la sociedad chilena, sino como respuesta obligada a una decisión procedente del Vaticano y a la presión social de una sociedad, la chilena, que comienza a reaccionar ante una verdad tan real como aterradora: que su autoridad moral, su guía espiritual y su representante de Dios en la Tierra es una entidad que carece de toda moral, que ha protegido por décadas a pedófilos en todas partes del mundo, que se ha convertido en cómplice de sus crímenes y que no da muestras claras de pretender combatir esa lacra, por cuanto todavía ampara a sus perpetradores, dos de los cuales en Chile – la ex-madre superiora de las Ursulinas y el padre Raúl, sacerdote de la parroquia de El Bosque en los años '60 - se encuentran en Alemania, disfrutando de impunidad a expensas del Vaticano. Recuperar la confianza de los fieles no es la única cuenta pendiente de la Iglesia Católica en Chile hoy en día: recuperar el aura de autoridad moral y de superioridad espiritual es una tarea todavía más compleja. Sólo el tiempo y sus acciones nos dirán si es capaz de cumplirla.

Santiago, 18-04-2011

lunes, 18 de abril de 2011

"Donde el amor"


Donde el amor se asoma
esperanzado,
sereno,
renazco entre las cenizas
de mi antigua combustión,
ésa que un día aciago
colmó mi alma
de sombras,
ésa que un pasado lejano
sembró de angustias
mi corazón...

Donde el amor me mira
con arrobo,
con ternura,
amanezco envuelta en luz
y sonrisas,
anhelos nuevos
y el cosquilleo cómplice
de una voz queda,
y en mi mano abierta,
una caricia...

Donde el amor me espera
con paciencia
y secreta astucia,
regreso vapuleada
pero entera
de mis luchas y tormentas
internas,
y en su abrazo
- continente eterno
de mi ínsula perdida -
hallo la respuesta
que evapora los miedos
y las dudas...

Santiago, 16 de Abril de 2011

martes, 12 de abril de 2011

"De la estirpe de Némesis" (novela)


Capítulo I

Siempre le había tenido, sin saber exactamente por qué, auténtico terror a ese momento. Había ocasiones en las que se descubría a sí mismo sumido en el morboso entretenimiento de imaginarse en medio de la tan temida situación y pensando en el aspecto que presentaría (que, seguro, no sería el adecuado), en si se le notaría mucho o poco la turbación, en si podría evitar que le sudaran las manos o le temblara la voz (y en lo que pensaría ella al notarlo), en si la sonrisa que lograra esbozar resultaría demasiado falsa o, peor aún, si conseguiría sonreír siquiera. En todo caso, la imagen que más dolorosa satisfacción le producía y con la que a más elevados niveles de placer masoquista ascendía era la imagen de su mirada. Pintarla fría, distante y aderezada con un fino deje de reproche era una experiencia tan deliciosamente ingrata como vivirla de forma tangible; y tenía la ventaja de ser mutable a conveniencia, acorde al estado de ánimo que tuviera al levantarse: unas veces podía presentarse fría y distante pero sin el deje de reproche final mientras que, en otras ocasiones, el reproche sería lo más notorio y mortificante de su mirada. Como fuese, el hecho es que siempre le había tenido, sin saber exactamente por qué, auténtico terror a ese momento.

Sin embargo, nada de toda aquella amarga, caprichosa y placentera profecía se cumplió. Apareció un día, de súbito; ni un aviso, ni una carta, ni una llamada telefónica, nada. Simplemente, una tarde ahí estaba, de pie frente a él, mirándolo directamente a los ojos. Debían ser ya las cuatro, cuatro y cuarto. Pleno verano en una Valencia envuelta, a la hora de la siesta, en un calor denso y casi palpable a más de treinta grados a la sombra: fuego en el cielo, fuego en el asfalto, abotague de los sentidos y del alma. Sonó el timbre y abrió la puerta (sin pausa, no tenía por costumbre preguntar quién es ni echar una ojeada por la mirilla).

Al principio le costó reconocerla, la última vez que se habían visto ella se erguía a poco más de un metro del suelo y él, la verdad sea dicha, tampoco le prestó mucha atención. Pelo oscuro y muy liso, como el de su madre, pegado a la cara y al cuello por el sudor, tez blanca y unos ojos negros como la noche que lo estudiaban hasta el punto de incomodarlo. Igual que entonces, aunque no fueran ni fríos, ni distantes, ni contuvieran ese flexible deje de reproche con que tantas veces se había solazado.

- Hola, padre.

Ariel parpadeó, y atrapado en una turbación que no habría podido disimular ni ensayado durante semanas, sonrió confuso. La situación era mil veces más desagradable a como la imaginara nunca, y no tenía ni el más leve matiz placentero. Sin saber muy bien cómo reaccionar, de un empujón abrió tras de sí la puerta y le cedió el paso.

- Adelante.

La sonrisa desapareció de su cara; después de todo, ella tampoco sonreía. Con gesto cansino, recogió un bolso de aspecto pesado del suelo y entró.

- Gracias.

"Gracias". Ahí estaba la tercera palabra que Ariel Zúñiga cruzaba en casi veinte años con quien le gustaba recordar como "la única descendencia que he tenido y la única que tendré", por lo que haciéndose necesario ampliar tan exigua comunicación, decidió relegar su confusión a rincones insondables de su química hormonal e invitarla a ponerse cómoda (aunque no demasiado) y a explicarle a qué se debía el sorpresivo honor de tan inesperada visita. Intentó parecer desenfadado para hacer menos evidente el temblor de sus manos y, aunque el resultado fue penoso (de tanto moverlas daba la impresión de encontrarse al borde de un ataque histérico), antes de que la joven lograra pronunciar su cuarta palabra, Ariel insinuó la existencia de innumerables e improrrogables compromisos que la hicieran desistir de su más que probable intención de prolongar demasiado su visita (no es que sintiera animadversión hacia ella, después de todo era su hija, pero su presencia despertaba recuerdos que él hubiera preferido enterrados bajo cal, y además su mirada seguía incomodándolo tanto o más que en la época en que se erguía a poco más de un metro del suelo).

Sin embargo, toda la elocuencia de su verborrea se perdió en la nada cuando ella, con absoluta serenidad, le explicó el motivo y condiciones de su visita.

- No te preocupes, padre. No voy a quedarme mucho tiempo; ni siquiera necesito dinero. He venido a matar a un hombre.


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jueves, 7 de abril de 2011

Realismo vs. Pesimismo (texto)



No sé Uds., pero yo comienzo a estar cansada del pesimismo generalizado que parece haberse instalado en nuestras mentes, en nuestro espíritu y en nuestras vidas desde hace ya demasiado tiempo a raíz, sobre todo, de la ya tan bullada crisis económica, sus consecuencias y la nueva escalada de violencia internacional a raíz de las revueltas populares en el Mundo Árabe. Todo esto ha despertado a una gran cantidad de sesudos pensadores que nos han bombardeado con todo tipo de textos, opiniones y análisis. Pero lo que me ha terminado agotando no es lo reiterativo de los temas ni el desmenuzamiento concienzudo de tales eventos (obviamente de gran relevancia e interés) sino el tono pesimista (disfrazado muchas veces de realista y/o pragmático) que impregna muchos de dichos análisis, estudios y opiniones. Ciertamente no es mi idea hacer una apología a la ceguera ilusa ni a las vanas esperanzas, pero tras esta avalancha informativa y analítica ha terminado quedándome una sensación de molestia y de hastío por lo que ya considero una orgía perpetua (como diría Vargas Llosa) de pensamiento negativo, vibras oscuras y necesidad imperiosa de ver todo malo. Una ya empieza a aburrirse de tanto agorero pesimista, de tanto profeta milenarista y de tanta tendencia a echarle el avión abajo al optimismo, a la visión positiva de la vida y al resguardo de la ilusión como parte vital de nuestra esencia humana. Y, sobre todo, una ya empieza a estar hasta el gorro de tanta mente brillante capacitada para diseccionar cualquier tema ahondando hasta el paroxismo en los errores, en los fallos, en las mentiras, en lo oscuro y en lo diabólico del sistema, de la economía, de la política, de los medios de comunicación o de lo que se les venga en gana pero adoleciendo, a la vez, de una clarísima incapacidad para proponer soluciones, para aportar con alternativas viables, para entregar mucho más que meros análisis fatalistas, derrotistas y empapados de pesimismo. Casi parece estuvieran en la gloria, en pleno éxtasis mientras escriben sus artículos sobre lo fritos que estamos, lo poco o nada que debemos confiar en tal o cual político, lo ilusos que somos si creemos que algo va a cambiar o lo cerca que estamos de la catástrofe mundial. Yo no me siento especialmente inteligente ni brillante, y tengo muy claros mis virtudes y mis defectos, mis habilidades y mis límites. En eso soy realista, pues realismo no es ver todo como las reverendas y con ello decir que estoy viendo las cosas claras y objetivas. No, ser realista es ser capaces de ver el lado bueno y el lado malo de las cosas y, sobre todo, asumir de forma constructiva que nada es ni puede ser perfecto y no por ello no poder ser positivo. Ser realista es saber que nada puede ser exactamente como yo quiero porque alrededor mío hay millones de personas que ven las cosas de manera diferente –y que tienen anhelos también diferentes- y no por ello pensar que no hay lugar para la felicidad en este planeta. Ser realista es comprender que toda situación tiene, como mínimo, dos caras y que pese a ello se puede llegar a soluciones, a acuerdos, a aportes, a logros. Y aparte de ser realista, pasados ya los 40 años, también me considero capaz de ver por mí misma cómo están las cosas, sin engañarme, sin ponerme una venda en los ojos que no me permita ver cuán difícil es el mundo, cuán ardua la tarea de sobrevivir en él y cuán fácil es caer en derrotismos. Porque así es, pensar en negativo es lo más fácil, pues permite elucubrar hasta el cansancio sin aportar nada mientras que hacerlo en positivo implica reflexionar, romperse la cabeza y dar con soluciones a los problemas y a los conflictos que el mundo y la vida nos presenta día a día. Por lo tanto, no necesito que nadie venga a decirme (y menos a reiterarme hasta el hastío) cuán corrupto está el sistema ni a abrirme los ojos sobre cuán engañabobos es realmente tal o cual político ni cuán catastrófica es la situación económica mundial en este momento. Hace tiempo ya que aprendí a no creer en la Calchona y a convertir mi ingenuidad adolescente en una visión madura de la existencia. Hace tiempo ya que aprendí que los procesos históricos devienen de actitudes y conductas humanas y que, por lo tanto, están tan sometidas a su naturaleza imperfecta como ellas. Y no por ello pienso que el ser humano no tiene remedio y que nos estamos acercando al fin del mundo.


En suma, no necesito más sesudos agoreros derrotistas sino artesanos constructivos y positivistas, visionarios de un futuro promisorio, librepensadores realistas y mentes creativas comprometidas con un cambio efectivo. Necesito, y creo que todos/as, una mayor inyección de energía positiva, de esperanza sana, de creatividad personal y de fe en el ser humano y en sus capacidades (fe realista, asumiendo cuán imperfecto es por naturaleza y, a la vez, cuán grande en su potencial mental, afectivo, espiritual y creativo) Esto implica un sentido grande de la responsabilidad pues, como dije antes, ser positivo conlleva la tarea de construir, de moverse hacia delante, de levantar la mirada y enfocarla hacia el futuro, de alzar las manos y ser capaces de tocar la esperanza y de dar forma a los sueños, de encaminar nuestros pasos hacia un proyecto de vida integral, pleno. Insisto en que no se trata de perderse en ensoñaciones, en ilusiones vanas ni en un Nirvana de autocomplacencia; no se trata de perder de vista el lado malo y difícil; no se trata de creer que con una sonrisa basta para superar todos los obstáculos. Pero una cosa está clara: una sonrisa siempre abrirá más puertas que un gesto ceñudo. Y ya va siendo hora de que los agoreros del Apocalipsis y auto-erigidos remecedores de conciencias dormidas comiencen a sonreír y a buscar, con todo el esfuerzo que ello implica, el lado positivo de las cosas. Quizás sea un esfuerzo supremo para ellos, pero con toda seguridad merecerá la pena...


Santiago, Abril de 2011

sábado, 2 de abril de 2011

"Con miras más altas" (texto)

“Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.

No estoy en este mundo para satisfacer tus expectativas,

ni estás tú en este mundo para satisfacer las mías.

Tú eres tú y yo soy yo,

si por casualidad nos encontramos, es hermoso;

si no, no hay nada que hacer”.

Este breve poema pertenece al psicólogo de la Gestalt Fritz Pearls, y me pareció interesante plasmarlo aquí, pues plantea interesantes elementos con respecto a la relación de pareja y a cualquier interacción humana en general, y sobre todo, hace hincapié en esa tendencia tan humana de aferrarse a lo que ya no tiene vuelta, a pretender salvar aquello que ya no puede salvarse, y posiblemente muchas veces por simple temor: a la pérdida de algo o alguien amado, al cambio, a un futuro incierto, a la pérdida de status, o simplemente por ese no siempre acertado refrán popular del "más vale malo conocido...".

Lo cierto es que uno de los eventos vitales que más fuertes y sabios nos hace a los seres humanos es el de saber reconocer y aceptar el fin de algo, una relación, un trabajo, un amor, una amistad, un proyecto, un sueño... Nuestro innato temor al cambio, a lo desconocido y a la soledad nos lleva, muchas veces, a tolerar por años situaciones y realidades que no sólo jamás serán como deseamos, sino que además, en el proceso, nos dañan emocional y físicamente, produciéndonos angustia, estrés, ansiedad, tristeza y altos niveles de frustración...

Nunca ha sido fácil reconocer que algo se ha terminado y no merece la pena seguir dándonos de cabezazos contra una pared porque ese reconocimiento siempre lleva aparejado un fuerte sentimiento de fracaso, y unido a éste, otro más fuerte aún de culpa... Y lo cierto es que el fracaso no existe, es sólo una experiencia que nos enseñó y mostró algo importante de nuestras vidas, y es que las cosas, a veces, simplemente no resultan y debemos revisarlas y redefinirlas (revisar y redefinir nuestros objetivos, nuestras motivaciones, nuestros recursos, nuestras habilidades) para conseguir el éxito o el cumplimiento de nuestras expectativas... Y la culpa no es más que una forma cruel y sutil que las sociedades humanas han impuesto a todo individuo para limitar su libertad y asegurarse su sometimiento ya desde la cuna, desde lo más primigenio de nuestras existencias: el seno de nuestra vida familiar y, por extensión, nuestra vida social posterior. La culpa no enriquece, todo lo contrario, es un lastre que nos priva de avanzar de forma constructiva y que debemos sacudirnos por nuestra sanidad mental; el fracaso, tomado desde su lado positivo, es una oportunidad que se nos brinda para aprender de aquellas actitudes o recursos que alguna vez no nos sirvieron y precisan una revisión, un análisis, un ajuste y una solución.

Toda relación conlleva la maravillosa expectativa de darnos todo aquello que siempre deseamos o la oportunidad de construirlo... Y también el riesgo de convertirse en una trampa emocional de la que no será fácil salir... Salvo que seamos capaces de enfrentar y sacudirnos la equívoca sensación de fracaso, el impuesto sentimiento de culpa y el temor que nos impide avanzar con la determinación y las miras altas de quien confía en sí mismo/a y sabe que el cumplimiento de sus sueños y expectativas dependen, en primer término, de uno/a mismo/a y del empeño que ponga en alcanzarlos.


Santiago, 30 de Mayo de 2007