sábado, 19 de julio de 2014

Una reflexión de mujer, a propósito de un mundo de hombres...

Quizás me acusen de no ser objetiva por lo que voy a pasar a exponer, pues soy mujer, pero lo cierto es que cuanto más pienso en esto, más me convenzo de su realidad.

La naturaleza masculina se acerca al mundo que lo rodea desde la comprensión, el entendimiento, el raciocinio. La naturaleza femenina, por el contrario, lo hace a través de la aceptación, la comprehensión, la tolerancia y las emociones. La comprensión y el entendimiento significan poder y control, pues el conocimiento de las cosas nos permite control y dominio sobre ellas (y las personas) La aceptación, la comprehensión y las emociones, por el contrario, significan paridad, igualdad, nadie es más que otros ni nadie es mejor que otros, y si lo es (en términos de poseer talentos o cualidades relevantes), se acepta como una característica que, finalmente, redundará en el bienestar general. El conocimiento lleva a la competencia (“yo sé más o menos que el otro, lo que me pone en posición de superioridad o inferioridad”), al control (“con lo que sé, domino esta situación por encima de otros”) y, fácilmente, a la agresión, pues en la posición de poder no caben todos. La aceptación lleva a la igualdad (“todos somos igual de importantes”), a la justicia (“todos somos iguales, así que tenemos los mismos derechos”) y a la armonía social, pues bajo estas premisas, todos cabemos en el mundo por igual.

Sumemos a esto que la testosterona (y esto es una verdad científica) es una hormona que predispone a la violencia mientras que la progesterona inhibe los impulsos agresivos.

Desde que el mundo es mundo, hemos estado, sobre todo, dirigidos por hombres, y eso incluye el presente. O por mujeres que se han rendido al modelo masculino y han decidido ser protagonistas bajo sus mismos parámetros agresivos, dominantes y competitivos. Basta echar un vistazo a la Historia de la Humanidad para ver cómo las guerras, las masacres, las torturas, los genocidios y otras decenas de eventos violentos han marcado los fenómenos sociales y políticos. ¿Sería lo mismo si las mujeres, dejando de lado el modelo masculino de interacción personal y social, tomáramos las riendas de este mundo? Yo creo, fervientemente, que no. Creo que, respetando nuestra naturaleza gestadora de vida, afectiva, tolerante, no competitiva, integradora y comprehensiva (y no por ello menos inteligente), como dirigentes del mundo, las mujeres haríamos un trabajo mucho mejor...