lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi Tata Baruj...


Hoy, sin saber muy bien a cuento de qué, me he acordado de mi abuelo Baruj. Pero, contrariamente a lo que sería razonable, no me he acordado de él por sus facetas más reconocidas: su inteligencia, su erudición, su incansable sed de saber, su concienzuda exploración cosmológica y su insaciable curiosidad intelectual; ni siquiera por su experiencia política, su lucha por la igualdad social y la justicia que lo catapultaron a él, Luis Vega Contreras, a convertirse en parte del gobierno de la UP, liderado por el presidente Salvador Allende, en el que fue un dedicado asesor jurídico con base en el Ministerio del Interior y con sede en Valparaíso. Tampoco por su permanente preocupación, desde el exilio en Israel, por la situación sociopolítica en el Chile de Augusto Pinochet y que culminó con dos interesantes libros en los que expone y analiza pormenorizada y verazmente la realidad chilena.

No, definitivamente hoy mi abuelo Baruj vino a mi mente desde otro ángulo, uno que tiene mucho más que ver con su calidad de abuelo y que me llevó a darme cuenta cómo, sin siquiera proponérselo, tuvo un papel tan positivo en mi desarrollo como mujer. Y tampoco aquí me refiero a nuestra intensa relación intelectual, que nos llevó, por décadas, a sesudísimas conversaciones (la mayoría de ellas epistolares dado que el exilio nos llevó a vivir en dos países distintos la mayor parte del tiempo) sobre la vida, la muerte, la Filosofía, la Historia y la Política. Ya desde antes, pero sobre todo una vez llegada yo a la Universidad, nuestras cartas se convirtieron, para mí, en una segunda vía de conocimiento y formación, a través de las cuales, tanto si estábamos de acuerdo como si no, la experiencia de vida de mi abuelo y la sabiduría que los años le fueron otorgando me llegaron como una avalancha tan interesante como constructiva. Son cientos las anécdotas que atesoro de esas conversaciones y de esa correpondencia, y lo que más lamento es que debido a los múltiples cambios de país, de ciudad y mudanzas varias, apenas si conservo breves notas y poco más.

Pero volviendo a ese papel positivo que antes mencionaba y que tan bien me hizo como mujer, y aún a riesgo de parecer pueril dado todo lo expuesto anteriormente, el hecho es que hoy recordé, con mucha ternura y una enorme sonrisa en mis labios, las veces que mi abuelo, siendo yo muy pequeña, tuvo que cuidarme por alguna razón ajena a su voluntad y que implicó una experiencia realmente fuera de serie. Porque, ¿cuántas niñas de 6 años pueden decir que su abuelo las llevó al cine a ver una película de James Bond porque ante la ausencia inesperada de mi madre, me eché a llorar desconsoladamente? Es más, no sólo era de James Bond sino que era LA película donde el agente secreto 007 se casa al final de la misma y antes de disfrutar de su luna de miel ya le habían asesinado a su esposa. Obviamente, eso no se olvida fácilmente. Como tampoco se olvida el que tu abuelo, a tus 14 años y viendo cómo te afanas con las pinzas en despoblarte las cejas, te observa durante unos segundos y te dice, con aire de total erudición, que no me las depile demasiado, porque tengo unas cejas muy bonitas. Por supuesto, nunca más me toqué las cejas. Porque obviamente mi padre, que era muy cariñoso y gentil, siempre me decía que yo era linda, pero una, por lógica, a los padres no les cree mucho porque su parcialidad es evidente y por amorosos que sean para una adolescente nunca resultan del todo convincentes. Pero que tu abuelo, abogado, político, escritor, hombre sabio por donde se le mire te diga que tus cejas son hermosas, no es una mera opinión, es un veredicto y una realidad irrefutable. Lo mismo ocurrió el día que, con aire de quien analiza con sumo cuidado una tarea importante, me dijo que mis piernas eran bonitas. Ya nunca más dudé del atractivo de mis piernas y, por lo tanto, lucir minifaldas nunca fue un problema para mí. Y es que mi abuelo era no sólo el hombre inteligente que todos a su alrededor sabíamos, sino un fino observador del sexo femenino y un hombre que siempre supo transmitir su opinión sobre aspectos básicos de la femineidad con una convicción y prestancia tales que era imposible dudar de su buen juicio.

Gracias, Tata, por tu legado de sabiduría y amor... Te quiero mucho.

Santiago, 12 de Septiembre de 2011