sábado, 25 de junio de 2011

"Las despedidas" (texto)


Todo en esta vida consiste en una sencilla y cotidiana verdad: las despedidas. Y el mejor y más importante aprendizaje que los seres humanos podemos adquirir a lo largo de los años es el de aprender a despedirnos con la mayor elegancia posible. Y en esto, que podría ser parte del ideario de Oscar Wilde, radica toda la sabiduría del supremo acto de decir adiós. En esto consiste el arte de la despedida: en aprender a desplegar y desarrollar dicho talento con la máxima eficiencia, delicadeza y finura, integrándolo a nuestro bagaje emocional y experiencial de forma natural y espontánea.


Desde el momento en que nacemos, comenzamos a dejar atrás cosas: llantos, risas, caricias, torpezas, cunas, biberones y chupetes que van dando paso a otro tipo de vivencias, experiencias y objetos y personas asociados que, a su vez, una nueva etapa de ese proceso multidimensional que llamamos vida dejará atrás, produciendo nuevas despedidas y nuevas etapas seguidas de otras etapas que finalmente desembocarán en ese gran y último adiós que es la muerte.


Y pese a que todos podemos reconocer y dimensionar en nuestro devenir presente, pasado y futuro cada una de las despedidas que hemos experimentado y que experimentaremos en los años venideros, lo cierto es que dominar el delicado arte de despedirse no suele ser uno de nuestros mejores logros, y sólo tras muchos años de formación y perfeccionamiento conseguimos un pálido reflejo de lo que debiera ser un hábito consolidado hasta el punto de la experticia. Pero no, lo cierto es que los seres humanos somos enormemente reacios a despedirnos, pese a que la historia de la humanidad, desde su prehistoria hasta el día de hoy, ha demostrado no sólo la gran importancia de este evento sino, sobre todo, su innegable e ineludible inevitabilidad.


Nos cuesta mucho decir adiós, al margen de cuán deseada o no sea la separación, al margen de cuánto nos haya pillado por sorpresa o cuánto hayamos planeado postergar o adelantar la despedida. Nos cuesta aceptar que éstas forman parte esencial de nuestra existencia, pues todo evento, persona o cosa susceptible de perderse, desaparecer o alejarse para siempre implica un vínculo o conexión emocional que al momento del adiós conlleva y conllevará siempre una intensa sensación de pérdida, de separación, de menoscabo en nuestra vida. Y la tristeza y desolación que pueden llegar a acompañar estas despedidas pueden incluso hacer que la persona se replantee su propia importancia vital, su propio sentido de pertenencia a este mundo, su propio valor como ser que se queda mientras el otro (o lo otro) desaparece...


No, no son fáciles las despedidas, sean éstas temporales o para siempre, aunque indudablemente las segundas siempre serán mucho más duras para nuestra vida emocional que las primeras, pues entonces la despedida se convierte en el fin implacable de una realidad que nos daba seguridad, a la que nos habíamos acostumbrado y en la que habíamos depositado nuestros mejores sentimientos, emociones, intenciones y expectativas. En suma, el fin implacable de una parte esencial de nuestra existencia, y asumir, aceptar e integrar esa verdad es una de las labores más potentes y a la vez delicadas de nuestra psiquis humana, con consecuencias de todo tipo.


Lo cierto es que nunca estamos preparados para la despedida, pese a lo recurrente que ésta es en nuestras vidas. Siempre conlleva un trabajo pesado para nuestra vida emocional y física, donde el cambio se vislumbra difuminado entre las neblinas de la incertidumbre y el corazón se nos entumece sintiéndose abatido entre el desconcierto de lo acontecido y la falta de resolución con que de pronto se presenta el futuro...


¿Es inevitable, entonces, este desgarro del alma cada vez que decimos adiós a un ser querido, a una situación, a una propiedad, a un objeto que ha estado presente en nuestras vidas por años? ¿Cómo podemos soslayar la despedida de manera que no implique un dolor tal en nuestro corazón que incluso ponga en peligro nuestra propia estabilidad emocional, nuestro arraigo en el mundo, nuestra sensación de pertenencia a lo que nos rodea? No podemos. Simplemente no podemos soslayar la importancia y consecuencias del adiós en nuestra existencia. No podemos impedir el sufrimiento que esto muchas veces nos causa. No seríamos seres emocionales si pudiéramos. Pero sí podemos afrontar el día después con mayor o menor sentido positivo. Eso sí podemos manejarlo y depende enteramente de nosotros. Sí podemos comenzar a entender que todo fin, toda separación y toda despedida implica el comienzo de una nueva etapa, de un nuevo ciclo, de una nueva vida, distinta y no necesariamente peor como motivo de la nueva ausencia, del nuevo adiós. Simplemente será diferente, tendrá características propias y por ello pondrá a prueba no sólo nuestra estabilidad emocional sino también nuestra creatividad, nuestra autoestima y nuestro amor a la vida... Aquellos que se queden en el umbral de esta nueva existencia serán los que sucumban al dolor y a la tragedia de la ausencia. Aquellos que lo traspasen con sus nuevos proyectos, ideas, anhelos e ilusiones bajo el brazo serán los que prosigan la jornada sintiendo que la esencia del sujeto u objeto del adiós sigue acompañándolos y formando parte de ese futuro cada día menos incierto, cada día más constructivo y esperanzador...


Noviembre de 2007

viernes, 17 de junio de 2011

"Imaginando vidas"


Todos los días, al llevar a mi hija al colegio, veo un vehículo detenerse en el semáforo de Avenida Ossa con Tobalaba y descender de él a un hombre en sus sesenta que se desplaza apoyado en un bastón. El hombre baja del vehículo, camina lentamente por el bandejón central de la avenida y luego atraviesa el semáforo en dirección a Príncipe de Gales, desapareciendo (desde mi perspectiva) en la esquina. Este hecho ha despertado en mí un antiguo juego solitario que jugaba de niña: el de imaginar la vida de una persona elegida al azar en la calle y visualizarla continuando su camino una vez que desaparecía de mi campo de visión. Este hombre, llegado en un automóvil que, obviamente, él no conduce, y salido al frío invernal de Santiago en medio de una avenida profusamente transitada, ¿adónde irá?, ¿hacia dónde y con qué fin dirigirá sus pasos lentos y precarios?, ¿quién lo esperará - imagino por las inmediaciones - y con qué estado de ánimo?. ¿Se alegran de verlo aparecer cada mañana pronto a dar las 8 de la mañana?, ¿es un jefe, un empleado, un jubilado que mata el tiempo desde muy temprano, el dueño de un local, su contable, su administrador, su gerente?. De niña jugaba a este juego generalmente cuando iba en una micro: con la frente apoyada en el vidrio del ventanal, elegía al azar una persona cualquiera que transitaba por las calles de Valparaíso, de Viña del Mar o de Oviedo y cuando la persona desaparecía de mi vista (ya porque la micro se ponía en marcha, ya porque la persona desaparecía dentro de un portal o una esquina), cerraba los ojos y la veía en mi mente entrar en una tienda, mirar a su alrededor en busca del artículo deseado, conversar con la dependienta, en fin, realizando toda una serie de actos que yo consideraba usuales, normales, predecibles en una persona. Hoy en día no necesito cerrar los ojos; me basta con apelar a mi experiencia de vida, a mi capacidad adulta de imaginar con rapidez y bastante precisión los pasos que otras personas pueden dar, a ciertas horas del día o de la noche, por la ciudad y qué tipo de acciones o reacciones podrán tener llegado el momento de la interacción con un tercero o simplemente en su deambular por las calles. ¿Son tan distintas sus vidas de nuestras vidas? ¿Somos todos tan predecibles, tan fácilmente etiquetables cuando ponemos a prueba nuestra capacidad imaginativa? Quién sabe, quizás a lo largo de estos años me encontré alguna vez con un asaltante de bancos, con un asesino en serie, con un estafador a gran escala, con un torturador, con un terrorista, con un científico loco planeando dominar el mundo y ni cuenta me dí y, por el contrario, le atribuí acciones y actitudes absolutamente anodinas y sencillas, cotidianas... Y aunque así hubiera sido, quién sabe si realmente acerté y en ese momento exacto lo imaginé tal como realmente se comportaba: como una persona normal, como cualquier otra, de la que nadie sospecharía una originalidad o peculiaridad especial. Lo cual nos lleva a reiterar la misma pregunta: ¿son tan diferentes las vidas de los otros en relación a las nuestras?

Santiago, 17 de Junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

Thamar y el colegio




Thamar entró al  colegio a punto de cumplir los 6 años, a párvulos... y le quedó chico. Cuando la fui a buscar después de su primer día, le pregunté: ¿Qué hicieron durante la mañana? y ella contestó molesta: ¡Mamá! sólo hicimos cosas infantiles y me aburrí mucho. Le dije que así era el kindergarten, que estaba diseñado para niños pequeños. A la semana, la profesora me dijo que Thamar, en realidad, por su edad, tenía que estar en primero y que realmente se aburría, que no tenía que estar ahí. Prácticamente dirigía ella la clase. Y nos fuimos a la escuela de al lado, donde afortunadamente me la recibieron de inmediato, porque si no, habría tenido una hija frustrada haciendo cosas de muy niños -"¡imagínate, mamá, que la profe nos pone a dormir como los pollitos y a aletear y tonteras así"- un año entero. 
Y pasó a 1º de básica donde, nos dejó igual la impresión, a la profesora y a nosotros, sus padres, que también le había quedado un poco chico. Pero el destino le tenía reservada una enseñanza básica bastante  movida  entre compañeras y profesoras de Chile, Israel y España. Y no se puede negar que la aprovechó.

"El internet y las disciplinas del conocimiento humano"


Como psicóloga, siento que el fenómeno del ciberespacio y el internet ha calado hondo en nuestras sociedades civilizadas y ha creado una nueva realidad, virtual y paralela, al mundo real en el que existimos. Esta nueva forma de vida (porque el internet, para muchos -jóvenes y no tan jóvenes - no es sólo una entretención o una herramienta de trabajo, sino un modus vivendi) está creando todo un nuevo universo de relaciones interpersonales, una nueva forma de comunicarse y de conectarse y que, precisamente por ser nueva, no ha mostrado aún todo el amplio abanico de posibilidades y de consecuencias que conlleva y conllevará en nuestro mundo moderno.


La Antropología actual, a mi juicio, está teniendo dificultades para analizar el fenómeno porque éste, el del ciberespacio y el internet, es solapado, inconsistente, indetectable y muchas veces falso, y no entrega el espacio para hacer un análisis que no se llene de especulaciones e hipótesis difícilmente comprobables. Gracias a él, el ser humano puede crear, y de hecho crea, un mundo paralelo más cercano a la ficción que a la realidad, y es dentro de este concepto ficticio que los modernos antropólogos tienen que moverse, terreno bastante movedizo para una disciplina acostumbrada a estudiar sistemas de vida concretos, reales, tangibles, expresados claramente ante los ojos del estudioso.


Desde el punto de vista psicológico, es preocupante la forma en que este modus vivendi afecta, principalmente, a niños, adolescentes y jóvenes. Los más vulnerables son los niños y adolescentes, pues si unimos este grupo hetáreo al tema de las dificultades metodológicas para trabajar etnológicamente la realidad del internet, aparece algo evidente y peligroso: que si el adolescente está recién trabajándose su propia identidad, está lleno de conflictos internos sobre qué y cómo quiere ser, y aún está inmaduro emocionalmente para construirse una auto-imagen sólida, con mayor razón se le debe crear un inmenso desconcierto (que maneja con mayor o menor acierto, obligado a funcionar con la ley del ensayo-error) cuando, a través del internet, la realidad se vuelve virtual y un mismo interlocutor puede ser muchas cosas y ninguna a la vez. El adolescente, que está en proceso de auto-creación, necesita un mundo sólido a su alrededor, tanto para poder identificarse con él como para poder rechazarlo, y el internet le ofrece todo lo contrario: un mundo inestable, indefinible e inconstante que, lógicamente, no lo ayuda precisamente a construirse a sí mismo. De ahí la importancia vital de que los padres, el ámbito escolar y la sociedad aprendan a manejar y a controlar esta herramienta en esa etapa tan vulnerable del desarrollo de nuestros hijos/as.


De alguna manera, el internet ha pasado a cumplir el rol que no pueden darnos nuestros sueños cuando descansamos. ¿Cuántas veces nos hemos dormido deseando poder soñar con algo en concreto y esto rara vez ocurre? ¿No sería estupendo poder soñar exactamente lo que deseamos? Nuestros seres queridos ausentes, lugares que añoramos, situaciones que deseamos, las vidas de otros que envidiamos, la vida que desearíamos tener y no tenemos... Todo eso y mucho más “programaríamos” en nuestros sueños, ¿verdad? Pero no. Una especie de mecanismo o “sabiduría” inconsciente nos impide hacerlo, lo cual es una bendición, pues eso nos obliga a poner en práctica todas nuestras ilusiones y anhelos, a trabajar para hacer realidad nuestros sueños en lugar de volvernos meros entes soñadores pasivos, que sólo soñando logran vivir su vida. Pues bien, el internet está logrando precisamente esto, que tan prudentemente nuestro inconsciente nos ha negado por millones de años: construir nuestras vidas a imagen y semejanza de nuestros sueños, no de nuestras realidades; crear mundos ficticios donde finalmente conseguimos alcanzar nuestras metas y ser, finalmente, felices. Sí, es una realidad virtual, pero quién se lo hace entender a nuestros adolescentes y jóvenes, cada día más seducidos por un medio que, sin necesidad de mover un pie de su casa (a muchos de su habitación) les concede la realización de sus sueños en cosa de minutos.


Y volviendo a la Antropología, que actualmente analiza a fondo este tema y se enfrenta al desafío de explicarlo con sus propias herramientas:¿cómo puede el antropólogo trabajar una materia de estudio basada en las ilusiones, los sueños, los anhelos y las ficciones del ser humano? Tradicionalmente, eso ha sido materia para la poesía, para la metafísica, para la Psicología, pero no para la Antropología tal y como está concebida en la actualidad. Quizás ha llegado el momento de llevar a cabo algunas modificaciones a su metodología y a su objeto de estudio...


Santiago, Julio 2008