domingo, 9 de octubre de 2011

Los sueños y el factor sorpresa

Pese a que es un tema del que soy consciente desde hace ya mucho tiempo, el hecho es que esta mañana, como nunca, me impresionó lo que podríamos llamar “el factor sorpresa de los sueños”. En efecto, los sueños, pese a ser creación de cada uno de nosotros, poseen la facultad de sorprendernos, de representar imágenes y sucesos que no esperamos, de asustarnos, de pillarnos de imprevisto y de remecernos sin que podamos poner las providencias mentales ni emocionales para evitarlo. Simplemente, nos superan. Se trata de nuestra mente, de nuestros mapas cognitivos, de nuestras emociones, de nuestros sentimientos. Debería ser posible, entonces, que nada de lo que representamos en ellos nos asombrara, que supiéramos siempre de antemano qué va a ocurrir. Sin embargo, pese a salir de nuestro propio mundo vivencial, nuestros sueños nos convierten en meros espectadores y, por ello, no sólo nos sorprenden sino que a veces nos asustan al punto del terror. Y, lisa y llanamente, no hay nada que podamos hacer para evitarlo.

Esta mañana tuve un sueño muy “de los míos”, o sea, largo, con trama compleja y sólida, personajes definidos y acontecimientos claros. Cuento corto: yo había sido infectada por algún tipo de organismo extraterrestre y la metamorfosis que iba a operarse en mí y en otros infectados sería gradual (y desconocida para mí, la soñadora). En algún momento, percibía que quienes estaban ya bajo la influencia del organismo se mantenían hieráticos, de pie, y con una extraña bolsa colgando de una de sus manos. La bolsa, en realidad, era una doble bolsa: la primera colgaba directamente de la muñeca, mientras que la segunda, más grande, colgaba de la primera, de manera que el resultado final podría recordar a un reloj de arena. Yo no tenía ni idea de cuál era la función de esa extraño adminículo, pero muy pronto lo veía colgar de mi propia muñeca. Por ser yo la primera infectada, imaginaba que sería la primera en sufrir el cambio o transformación. De pronto, los infectados (varios) estábamos sentados en una gran habitación (supuestamente, mi casa) y yo comenzaba a sentir un adormecimiento general y, finalmente, me dormía, cayendo mi cabeza hacia adelante. En ese mismo instante, la bolsa más pequeña se activaba, se convertía en una especie de flotador y se colocaba en mi cabeza, rodeándola a la altura de mi frente, protegiéndola de eventuales golpes. Por lo tanto, sólo en ese preciso instante yo, la soñadora, la “dueña” del sueño, la supuesta artífice de su trama e imágenes, supe para qué servía el adminículo que yo misma había creado, que mi mente había fabricado...

Definitivamente, hay mucho aún que descubrir con respecto al mundo de los sueños, pero una cosa está clara: perteneciendo a la mente de cada ser humano y pese a ser la respuesta a nuestro marco experiencial y vivencial, el hecho es que los sueños son el reflejo claro de que nuestra mente funciona a varios niveles de forma paralela, de manera que, como dice claramente el viejo dicho, “la mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda”. Un tanto inquietante, pero cierto...

Santiago, 09 de Octubre de 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

Un instante...


Por un instante voy a imaginar que no tengo certezas de ningún tipo, ni miedo a nada, ni desconfianza hacia las intenciones, ni escepticismo hacia las acciones del ser humano, y que es posible un mundo de compromisos, de buena voluntad, de entendimiento cósmico, de entregas incondicionales, de tolerancia hacia las diferencias, de amor...

Y quizás descubra que he vivido toda mi vida sólo para vivir ese instante."

Santiago, 03 de Octubre de 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi Tata Baruj...


Hoy, sin saber muy bien a cuento de qué, me he acordado de mi abuelo Baruj. Pero, contrariamente a lo que sería razonable, no me he acordado de él por sus facetas más reconocidas: su inteligencia, su erudición, su incansable sed de saber, su concienzuda exploración cosmológica y su insaciable curiosidad intelectual; ni siquiera por su experiencia política, su lucha por la igualdad social y la justicia que lo catapultaron a él, Luis Vega Contreras, a convertirse en parte del gobierno de la UP, liderado por el presidente Salvador Allende, en el que fue un dedicado asesor jurídico con base en el Ministerio del Interior y con sede en Valparaíso. Tampoco por su permanente preocupación, desde el exilio en Israel, por la situación sociopolítica en el Chile de Augusto Pinochet y que culminó con dos interesantes libros en los que expone y analiza pormenorizada y verazmente la realidad chilena.

No, definitivamente hoy mi abuelo Baruj vino a mi mente desde otro ángulo, uno que tiene mucho más que ver con su calidad de abuelo y que me llevó a darme cuenta cómo, sin siquiera proponérselo, tuvo un papel tan positivo en mi desarrollo como mujer. Y tampoco aquí me refiero a nuestra intensa relación intelectual, que nos llevó, por décadas, a sesudísimas conversaciones (la mayoría de ellas epistolares dado que el exilio nos llevó a vivir en dos países distintos la mayor parte del tiempo) sobre la vida, la muerte, la Filosofía, la Historia y la Política. Ya desde antes, pero sobre todo una vez llegada yo a la Universidad, nuestras cartas se convirtieron, para mí, en una segunda vía de conocimiento y formación, a través de las cuales, tanto si estábamos de acuerdo como si no, la experiencia de vida de mi abuelo y la sabiduría que los años le fueron otorgando me llegaron como una avalancha tan interesante como constructiva. Son cientos las anécdotas que atesoro de esas conversaciones y de esa correpondencia, y lo que más lamento es que debido a los múltiples cambios de país, de ciudad y mudanzas varias, apenas si conservo breves notas y poco más.

Pero volviendo a ese papel positivo que antes mencionaba y que tan bien me hizo como mujer, y aún a riesgo de parecer pueril dado todo lo expuesto anteriormente, el hecho es que hoy recordé, con mucha ternura y una enorme sonrisa en mis labios, las veces que mi abuelo, siendo yo muy pequeña, tuvo que cuidarme por alguna razón ajena a su voluntad y que implicó una experiencia realmente fuera de serie. Porque, ¿cuántas niñas de 6 años pueden decir que su abuelo las llevó al cine a ver una película de James Bond porque ante la ausencia inesperada de mi madre, me eché a llorar desconsoladamente? Es más, no sólo era de James Bond sino que era LA película donde el agente secreto 007 se casa al final de la misma y antes de disfrutar de su luna de miel ya le habían asesinado a su esposa. Obviamente, eso no se olvida fácilmente. Como tampoco se olvida el que tu abuelo, a tus 14 años y viendo cómo te afanas con las pinzas en despoblarte las cejas, te observa durante unos segundos y te dice, con aire de total erudición, que no me las depile demasiado, porque tengo unas cejas muy bonitas. Por supuesto, nunca más me toqué las cejas. Porque obviamente mi padre, que era muy cariñoso y gentil, siempre me decía que yo era linda, pero una, por lógica, a los padres no les cree mucho porque su parcialidad es evidente y por amorosos que sean para una adolescente nunca resultan del todo convincentes. Pero que tu abuelo, abogado, político, escritor, hombre sabio por donde se le mire te diga que tus cejas son hermosas, no es una mera opinión, es un veredicto y una realidad irrefutable. Lo mismo ocurrió el día que, con aire de quien analiza con sumo cuidado una tarea importante, me dijo que mis piernas eran bonitas. Ya nunca más dudé del atractivo de mis piernas y, por lo tanto, lucir minifaldas nunca fue un problema para mí. Y es que mi abuelo era no sólo el hombre inteligente que todos a su alrededor sabíamos, sino un fino observador del sexo femenino y un hombre que siempre supo transmitir su opinión sobre aspectos básicos de la femineidad con una convicción y prestancia tales que era imposible dudar de su buen juicio.

Gracias, Tata, por tu legado de sabiduría y amor... Te quiero mucho.

Santiago, 12 de Septiembre de 2011

martes, 23 de agosto de 2011

Cuando oscurece...


Cuando todo oscurece a nuestro alrededor, sólo una cosa queda por hacer: esperar tranquilamente a que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad.

Sólo entonces comenzaremos a ver nuevamente la luz...


Santiago, 23 de Agosto de 2011

miércoles, 3 de agosto de 2011

Canciones... Y mi padre


Todas las noches le canto a mi hija Maián una o dos canciones antes de que se duerma. No soy muy tradicional en ese menester, por lo que a lo largo de los años mi pequeña – que ya tiene siete – ha escuchado todo un amplio repertorio de Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Paco Ibáñez, Violeta Parra, Víctor Jara, Payo Grondona y otros numerosos cantautores. Curiosamente, la mayor parte de las canciones que le canto las aprendí en mi infancia, en el exilio que nos deparó a mi familia y a mí al otro lado del Atlántico y del mundo el golpe de estado de 1973. Esta noche le tocó el turno a “Tiempo de vivir” de Silvio Rodríguez y “Valparaíso” de Osvaldo “Gitano” Rodríguez. Ambas canciones, elegidas por mi padre para mí, las tengo en un cassette que él me regaló hace muchos años y que recopiló junto a varias otras que, él sabía, me gustarían; entremedio, una de mis favoritas, “Los momentos” de Eduardo Gatti. Mi padre, siempre presente, siempre cerca de mí y de quien dentro de dos días se cumplirán nueve años desde su partida. Mi padre, porteño orgulloso y admirador del “Gitano”, falleció esperando “aquel famoso tiempo de vivir” que cantaba Silvio, pero en esa espera nos regaló momentos preciosos e inolvidables y nos entregó a quienes lo amábamos todo el amor que precisábamos para seguir viviendo y seguir amando. Mi padre, quien pese a su mal oído musical, disfrutaba de las canciones de Juan Gabriel, de la voz maravillosa de Amaya y Paloma San Basilio y que en su juventud (y su madurez) fue un fiel admirador del indiscutible Rey del Rock, Elvis... Mi padre, quien con su infatigable sentido del humor nos hacía reir a mi hermana y a mí cuando hacía bromas sobre nuestros cantantes favoritos del momento (los '80 europeos estuvieron plenos de motivos para agudezas de su parte) y que con su cigarro en los labios y una taza de café compartida con mi madre escuchaba “Mocedades” y Neil Diamond con el deleite que da el saber disfrutar de las cosas sencillas de la vida... Arte que mi padre dominaba...

Que nueve años no es nada, como cantaría el tango...

Te quiero mucho, papá.

Santiago, 3 de Agosto de 2011

viernes, 8 de julio de 2011

"Una mala noche" (relato breve)

El día que enterramos a Miguel en aquel descampado el tiempo no podía haber estado más inclemente. Llovía a cántaros y el viento azotaba con ráfagas furiosas los desgreñados arbustos que rodeaban la fosa que cavábamos. Con semejante tormenta, esperar la pálida complicidad de la luna era una presunción ilusa: plena noche y bajo aquellas condiciones climáticas adversas apenas si percibíamos el reflejo de las palas o el brillo de nuestras cabezas empapadas. Por supuesto, dada la precipitación con que debimos emprender el improvisado funeral, ninguno de nosotros portaba una linterna. Ninguno de nosotros esperaba que Miguel muriera y menos de la forma en que murió, aunque dada la urgencia con que debimos deshacernos del cadáver, esto último era lo de menos. Lo peor de todo era la sensación irritante de que la tierra, convertida en una masa de barro inmanejable, se confabulaba con la lluvia para hacer de nuestro ya aciago trabajo una labor intolerable. Cada palada parecía perderse en un esfuerzo enfangado que parecía no tener propósito ni final, de manera que cuando creía haber descargado de la fosa una cantidad nada desdeñable de tierra fuera de ella, por el rabillo del ojo percibía la masa amorfa de barro que resbalaba hacia el interior, de regreso. Casi me parecía escuchar una risita burlesca proveniente del fango entre el sonido aullador del viento, el repique de la lluvia contra las palas y la respiración agitada de mis compañeros. No era la mejor noche para enterrar un cuerpo y menos de aquella manera. No era la mejor noche para embarcarse en un crimen. No era la mejor noche, simplemente. El cuerpo de Miguel reposaba a un lado de la fosa, entre un par de arbustos sarmentosos, aunque apenas si conseguía distinguirlo con los ojos anegados por el agua de la lluvia y las lágrimas. No me avergonzaba llorar, máxime porque ninguno de los otros estaba en condiciones de notarlo. Lo que sí me preocupaba era el cansancio que parecía apoderarse de mí con cada palada y el ahogo que comenzaba a sentir, que obviamente atribuí al esfuerzo físico que estaba realizando. Por suerte había dejado de fumar un año antes, aunque era curioso que me viniera a la mente un rasgo de temporalidad porque hacía ya mucho que había perdido la noción del tiempo y me era imposible determinar el lapso que llevábamos cavando aquella fosa. De hecho, apenas si sentía mis manos, aferradas a la pala y a la labor de cavar con un empeño ciego, trémulo, cargado de pánico. El frío intenso que recorrió mi cuerpo fue la primera señal de alerta, pero peor fue caer en la cuenta de que mis piernas estaban atoradas a la altura de las rodillas, acercándose peligrosamente a mis muslos, enterradas en la fosa que seguíamos abriendo con denuedo febril. Mi primer intento por moverlas y sacarlas del fango fue en vano, y aquello me aterró. Entre los rugidos del viento y el agua de lluvia que anegaba mi boca, conseguí proferir un grito, alertando a mis compañeros y pidiéndoles ayuda. Fue entonces cuando noté que mis compañeros no estaban a mi lado. El último sonido que escuché fue el choque de mi cuerpo con el de Miguel, que simplemente dejaron caer sobre mí...

Santiago, 08 de Julio de 2011

miércoles, 6 de julio de 2011

Las redes sociales y la TV norteamericana

Hace unos días, viendo una serie policíaca en la TV, tuve la oportunidad de observar la simpleza y la hipocresía con que ciertos temas sociales se manejan a nivel de la cultura televisiva norteamericana. En este caso, el tema eran las páginas sociales de internet tipo Facebook, Twitter, etc. El psicópata de turno aprovechaba este tipo de redes y la calidad de vicio que éstas llegan a tener entre la gente joven para elegir a sus víctimas y perpetrar sus crímenes. A juicio de los doctos profesionales de la serie (un grupo de “profilers”, o sea, expertos en perfiles criminales), estas páginas y la popularidad que tienen entre sus usuarios eran un absurdo innecesario (“no entiendo qué le ven las personas a sitios como éstos”) y un peligro evidente; ninguno de ellos, por supuesto, tenía un perfil en FB ó Twitter y uno de ellos, incluso, ni siquiera manejaba un e-mail... O sea, mensaje subliminal: sólo los tontos/as utilizan el internet para comunicarse con otros o se crean un perfil en FB o en otras páginas sociales, y los que son más tontos/as aún entregan datos que ayudan a los criminales a cometer sus fechorías. En un momento determinado, uno de los expertos entrevista a la madre de una de las víctimas (todas mujeres jóvenes), y ésta da a entender que casi no sabía nada de su hija (supuestamente por culpa de las redes sociales).

En lo que a mí respecta, no hay que ser un genio para saber que todo instrumento o herramienta, mal utilizada, se puede convertir en un peligro, ya sea para uno/a mismo o para quienes nos rodean. E internet, en general, y las páginas de redes sociales, en concreto, no son una excepción. Pero el problema no está en el instrumento, sino en la persona que lo utiliza. Y generalizar considerando poco menos que retrasados mentales a todos/as aquellos/as que lo usan me parece tan pueril como ofensivo. Por otro lado, de siempre se ha sabido (y la TV y el cine norteamericanos así lo han mostrado a lo largo de décadas) que el norteamericano medio es terriblemente indiferente con su familia. Salvo que sean latinos o muy apegados a sus familias de origen mediterráneo, en general el profesional o técnico norteamericano suele salir del hogar parental y comenzar una nueva vida sin apenas contacto posterior con aquél, y con suerte habrá reunión familiar el Día de Acción de Gracias y Navidades. Por lo tanto pretender culpar a las redes sociales de que la madre de la serie apenas si supiera de su hija ya adulta es el colmo de la hipocresía. Además, si la señora tenía interés en saber de su hija, sus inquietudes, su realidad cotidiana, ¿no bastaba con que la visitara de vez en cuando?, ¿qué la llamara por teléfono?, ¿qué se preocupara un poquito más por acercarse a su hija si tan distante la notaba? Y, mucho más relevante, ¿por qué sería que la chica estaba tan “colgada” a una red social sino por soledad, por necesidad de comunicarse, por necesidad de atención?

Porque ésa es la estrategia de los guionistas norteamericanos (al menos de los mediocres): tirar el palo contra algo que les despierta alarma, pero no profundizar, no llegar al meollo de la cuestión, no indagar en los factores personales y psicológicos, familiares y sociales del ser humano. No analizar de forma seria y profesional qué está ocurriendo en su sociedad y por qué las redes sociales se han masificado y tienen el éxito que tienen en detrimento, muchas veces, de una vida social y familiar real y constructiva. Se conforman con denostar, con prejuiciar, pero no llegan al fondo del problema. Válgales el Cielo, no se vayan a dejar al “perfecto” american way of life mal parado...

En lo que a mí respecta, Facebook es una herramienta social que todo usuario debe usar con prudencia pero que puede resultar un instrumento muy eficiente para comunicarse, para conocer personas afines y también dispares, para informarse de cientos de cosas interesantes, para comenzar amistades virtuales que luego la cercanía física puede convertir en amistades reales y estupendas... Al menos, ésa ha sido mi experiencia hasta ahora, tras casi cinco años de abrir mi perfil de Facebook. Obviamente que como toda herramienta, es vulnerable al mal uso. En la serie, una amiga de una de las víctimas relata que ésta tenía más de mil amigos en Facebook y que se sentía “agobiada por la cantidad de mails que colapsaban su buzón de entrada”. Nuevamente lo mismo, el uso y abuso del instrumento, el cual depende de cada persona en concreto y no es, per se, inherente al instrumento en sí.

Si los norteamericanos están tan preocupados por las consecuencias psicosociales que las redes están teniendo en su población, mejor harían analizando concienzudamente los diversos aspectos que han provocado este fenómeno e investigando de forma seria y responsable cuáles son los aspectos de la sociedad norteamericana que les conviene trabajarse en lugar de transmitir, a través de personajes arrogantes (y a la hora de la verdad, ignorantes de la verdadera sociedad que los rodea), que el uso de las redes sociales es para anormales o taraditos. Mi más humilde opinión de usuaria (responsable) de Facebook.

Santiago, Julio de 2011

sábado, 25 de junio de 2011

"Las despedidas" (texto)


Todo en esta vida consiste en una sencilla y cotidiana verdad: las despedidas. Y el mejor y más importante aprendizaje que los seres humanos podemos adquirir a lo largo de los años es el de aprender a despedirnos con la mayor elegancia posible. Y en esto, que podría ser parte del ideario de Oscar Wilde, radica toda la sabiduría del supremo acto de decir adiós. En esto consiste el arte de la despedida: en aprender a desplegar y desarrollar dicho talento con la máxima eficiencia, delicadeza y finura, integrándolo a nuestro bagaje emocional y experiencial de forma natural y espontánea.


Desde el momento en que nacemos, comenzamos a dejar atrás cosas: llantos, risas, caricias, torpezas, cunas, biberones y chupetes que van dando paso a otro tipo de vivencias, experiencias y objetos y personas asociados que, a su vez, una nueva etapa de ese proceso multidimensional que llamamos vida dejará atrás, produciendo nuevas despedidas y nuevas etapas seguidas de otras etapas que finalmente desembocarán en ese gran y último adiós que es la muerte.


Y pese a que todos podemos reconocer y dimensionar en nuestro devenir presente, pasado y futuro cada una de las despedidas que hemos experimentado y que experimentaremos en los años venideros, lo cierto es que dominar el delicado arte de despedirse no suele ser uno de nuestros mejores logros, y sólo tras muchos años de formación y perfeccionamiento conseguimos un pálido reflejo de lo que debiera ser un hábito consolidado hasta el punto de la experticia. Pero no, lo cierto es que los seres humanos somos enormemente reacios a despedirnos, pese a que la historia de la humanidad, desde su prehistoria hasta el día de hoy, ha demostrado no sólo la gran importancia de este evento sino, sobre todo, su innegable e ineludible inevitabilidad.


Nos cuesta mucho decir adiós, al margen de cuán deseada o no sea la separación, al margen de cuánto nos haya pillado por sorpresa o cuánto hayamos planeado postergar o adelantar la despedida. Nos cuesta aceptar que éstas forman parte esencial de nuestra existencia, pues todo evento, persona o cosa susceptible de perderse, desaparecer o alejarse para siempre implica un vínculo o conexión emocional que al momento del adiós conlleva y conllevará siempre una intensa sensación de pérdida, de separación, de menoscabo en nuestra vida. Y la tristeza y desolación que pueden llegar a acompañar estas despedidas pueden incluso hacer que la persona se replantee su propia importancia vital, su propio sentido de pertenencia a este mundo, su propio valor como ser que se queda mientras el otro (o lo otro) desaparece...


No, no son fáciles las despedidas, sean éstas temporales o para siempre, aunque indudablemente las segundas siempre serán mucho más duras para nuestra vida emocional que las primeras, pues entonces la despedida se convierte en el fin implacable de una realidad que nos daba seguridad, a la que nos habíamos acostumbrado y en la que habíamos depositado nuestros mejores sentimientos, emociones, intenciones y expectativas. En suma, el fin implacable de una parte esencial de nuestra existencia, y asumir, aceptar e integrar esa verdad es una de las labores más potentes y a la vez delicadas de nuestra psiquis humana, con consecuencias de todo tipo.


Lo cierto es que nunca estamos preparados para la despedida, pese a lo recurrente que ésta es en nuestras vidas. Siempre conlleva un trabajo pesado para nuestra vida emocional y física, donde el cambio se vislumbra difuminado entre las neblinas de la incertidumbre y el corazón se nos entumece sintiéndose abatido entre el desconcierto de lo acontecido y la falta de resolución con que de pronto se presenta el futuro...


¿Es inevitable, entonces, este desgarro del alma cada vez que decimos adiós a un ser querido, a una situación, a una propiedad, a un objeto que ha estado presente en nuestras vidas por años? ¿Cómo podemos soslayar la despedida de manera que no implique un dolor tal en nuestro corazón que incluso ponga en peligro nuestra propia estabilidad emocional, nuestro arraigo en el mundo, nuestra sensación de pertenencia a lo que nos rodea? No podemos. Simplemente no podemos soslayar la importancia y consecuencias del adiós en nuestra existencia. No podemos impedir el sufrimiento que esto muchas veces nos causa. No seríamos seres emocionales si pudiéramos. Pero sí podemos afrontar el día después con mayor o menor sentido positivo. Eso sí podemos manejarlo y depende enteramente de nosotros. Sí podemos comenzar a entender que todo fin, toda separación y toda despedida implica el comienzo de una nueva etapa, de un nuevo ciclo, de una nueva vida, distinta y no necesariamente peor como motivo de la nueva ausencia, del nuevo adiós. Simplemente será diferente, tendrá características propias y por ello pondrá a prueba no sólo nuestra estabilidad emocional sino también nuestra creatividad, nuestra autoestima y nuestro amor a la vida... Aquellos que se queden en el umbral de esta nueva existencia serán los que sucumban al dolor y a la tragedia de la ausencia. Aquellos que lo traspasen con sus nuevos proyectos, ideas, anhelos e ilusiones bajo el brazo serán los que prosigan la jornada sintiendo que la esencia del sujeto u objeto del adiós sigue acompañándolos y formando parte de ese futuro cada día menos incierto, cada día más constructivo y esperanzador...


Noviembre de 2007

viernes, 17 de junio de 2011

"Imaginando vidas"


Todos los días, al llevar a mi hija al colegio, veo un vehículo detenerse en el semáforo de Avenida Ossa con Tobalaba y descender de él a un hombre en sus sesenta que se desplaza apoyado en un bastón. El hombre baja del vehículo, camina lentamente por el bandejón central de la avenida y luego atraviesa el semáforo en dirección a Príncipe de Gales, desapareciendo (desde mi perspectiva) en la esquina. Este hecho ha despertado en mí un antiguo juego solitario que jugaba de niña: el de imaginar la vida de una persona elegida al azar en la calle y visualizarla continuando su camino una vez que desaparecía de mi campo de visión. Este hombre, llegado en un automóvil que, obviamente, él no conduce, y salido al frío invernal de Santiago en medio de una avenida profusamente transitada, ¿adónde irá?, ¿hacia dónde y con qué fin dirigirá sus pasos lentos y precarios?, ¿quién lo esperará - imagino por las inmediaciones - y con qué estado de ánimo?. ¿Se alegran de verlo aparecer cada mañana pronto a dar las 8 de la mañana?, ¿es un jefe, un empleado, un jubilado que mata el tiempo desde muy temprano, el dueño de un local, su contable, su administrador, su gerente?. De niña jugaba a este juego generalmente cuando iba en una micro: con la frente apoyada en el vidrio del ventanal, elegía al azar una persona cualquiera que transitaba por las calles de Valparaíso, de Viña del Mar o de Oviedo y cuando la persona desaparecía de mi vista (ya porque la micro se ponía en marcha, ya porque la persona desaparecía dentro de un portal o una esquina), cerraba los ojos y la veía en mi mente entrar en una tienda, mirar a su alrededor en busca del artículo deseado, conversar con la dependienta, en fin, realizando toda una serie de actos que yo consideraba usuales, normales, predecibles en una persona. Hoy en día no necesito cerrar los ojos; me basta con apelar a mi experiencia de vida, a mi capacidad adulta de imaginar con rapidez y bastante precisión los pasos que otras personas pueden dar, a ciertas horas del día o de la noche, por la ciudad y qué tipo de acciones o reacciones podrán tener llegado el momento de la interacción con un tercero o simplemente en su deambular por las calles. ¿Son tan distintas sus vidas de nuestras vidas? ¿Somos todos tan predecibles, tan fácilmente etiquetables cuando ponemos a prueba nuestra capacidad imaginativa? Quién sabe, quizás a lo largo de estos años me encontré alguna vez con un asaltante de bancos, con un asesino en serie, con un estafador a gran escala, con un torturador, con un terrorista, con un científico loco planeando dominar el mundo y ni cuenta me dí y, por el contrario, le atribuí acciones y actitudes absolutamente anodinas y sencillas, cotidianas... Y aunque así hubiera sido, quién sabe si realmente acerté y en ese momento exacto lo imaginé tal como realmente se comportaba: como una persona normal, como cualquier otra, de la que nadie sospecharía una originalidad o peculiaridad especial. Lo cual nos lleva a reiterar la misma pregunta: ¿son tan diferentes las vidas de los otros en relación a las nuestras?

Santiago, 17 de Junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

Thamar y el colegio




Thamar entró al  colegio a punto de cumplir los 6 años, a párvulos... y le quedó chico. Cuando la fui a buscar después de su primer día, le pregunté: ¿Qué hicieron durante la mañana? y ella contestó molesta: ¡Mamá! sólo hicimos cosas infantiles y me aburrí mucho. Le dije que así era el kindergarten, que estaba diseñado para niños pequeños. A la semana, la profesora me dijo que Thamar, en realidad, por su edad, tenía que estar en primero y que realmente se aburría, que no tenía que estar ahí. Prácticamente dirigía ella la clase. Y nos fuimos a la escuela de al lado, donde afortunadamente me la recibieron de inmediato, porque si no, habría tenido una hija frustrada haciendo cosas de muy niños -"¡imagínate, mamá, que la profe nos pone a dormir como los pollitos y a aletear y tonteras así"- un año entero. 
Y pasó a 1º de básica donde, nos dejó igual la impresión, a la profesora y a nosotros, sus padres, que también le había quedado un poco chico. Pero el destino le tenía reservada una enseñanza básica bastante  movida  entre compañeras y profesoras de Chile, Israel y España. Y no se puede negar que la aprovechó.

"El internet y las disciplinas del conocimiento humano"


Como psicóloga, siento que el fenómeno del ciberespacio y el internet ha calado hondo en nuestras sociedades civilizadas y ha creado una nueva realidad, virtual y paralela, al mundo real en el que existimos. Esta nueva forma de vida (porque el internet, para muchos -jóvenes y no tan jóvenes - no es sólo una entretención o una herramienta de trabajo, sino un modus vivendi) está creando todo un nuevo universo de relaciones interpersonales, una nueva forma de comunicarse y de conectarse y que, precisamente por ser nueva, no ha mostrado aún todo el amplio abanico de posibilidades y de consecuencias que conlleva y conllevará en nuestro mundo moderno.


La Antropología actual, a mi juicio, está teniendo dificultades para analizar el fenómeno porque éste, el del ciberespacio y el internet, es solapado, inconsistente, indetectable y muchas veces falso, y no entrega el espacio para hacer un análisis que no se llene de especulaciones e hipótesis difícilmente comprobables. Gracias a él, el ser humano puede crear, y de hecho crea, un mundo paralelo más cercano a la ficción que a la realidad, y es dentro de este concepto ficticio que los modernos antropólogos tienen que moverse, terreno bastante movedizo para una disciplina acostumbrada a estudiar sistemas de vida concretos, reales, tangibles, expresados claramente ante los ojos del estudioso.


Desde el punto de vista psicológico, es preocupante la forma en que este modus vivendi afecta, principalmente, a niños, adolescentes y jóvenes. Los más vulnerables son los niños y adolescentes, pues si unimos este grupo hetáreo al tema de las dificultades metodológicas para trabajar etnológicamente la realidad del internet, aparece algo evidente y peligroso: que si el adolescente está recién trabajándose su propia identidad, está lleno de conflictos internos sobre qué y cómo quiere ser, y aún está inmaduro emocionalmente para construirse una auto-imagen sólida, con mayor razón se le debe crear un inmenso desconcierto (que maneja con mayor o menor acierto, obligado a funcionar con la ley del ensayo-error) cuando, a través del internet, la realidad se vuelve virtual y un mismo interlocutor puede ser muchas cosas y ninguna a la vez. El adolescente, que está en proceso de auto-creación, necesita un mundo sólido a su alrededor, tanto para poder identificarse con él como para poder rechazarlo, y el internet le ofrece todo lo contrario: un mundo inestable, indefinible e inconstante que, lógicamente, no lo ayuda precisamente a construirse a sí mismo. De ahí la importancia vital de que los padres, el ámbito escolar y la sociedad aprendan a manejar y a controlar esta herramienta en esa etapa tan vulnerable del desarrollo de nuestros hijos/as.


De alguna manera, el internet ha pasado a cumplir el rol que no pueden darnos nuestros sueños cuando descansamos. ¿Cuántas veces nos hemos dormido deseando poder soñar con algo en concreto y esto rara vez ocurre? ¿No sería estupendo poder soñar exactamente lo que deseamos? Nuestros seres queridos ausentes, lugares que añoramos, situaciones que deseamos, las vidas de otros que envidiamos, la vida que desearíamos tener y no tenemos... Todo eso y mucho más “programaríamos” en nuestros sueños, ¿verdad? Pero no. Una especie de mecanismo o “sabiduría” inconsciente nos impide hacerlo, lo cual es una bendición, pues eso nos obliga a poner en práctica todas nuestras ilusiones y anhelos, a trabajar para hacer realidad nuestros sueños en lugar de volvernos meros entes soñadores pasivos, que sólo soñando logran vivir su vida. Pues bien, el internet está logrando precisamente esto, que tan prudentemente nuestro inconsciente nos ha negado por millones de años: construir nuestras vidas a imagen y semejanza de nuestros sueños, no de nuestras realidades; crear mundos ficticios donde finalmente conseguimos alcanzar nuestras metas y ser, finalmente, felices. Sí, es una realidad virtual, pero quién se lo hace entender a nuestros adolescentes y jóvenes, cada día más seducidos por un medio que, sin necesidad de mover un pie de su casa (a muchos de su habitación) les concede la realización de sus sueños en cosa de minutos.


Y volviendo a la Antropología, que actualmente analiza a fondo este tema y se enfrenta al desafío de explicarlo con sus propias herramientas:¿cómo puede el antropólogo trabajar una materia de estudio basada en las ilusiones, los sueños, los anhelos y las ficciones del ser humano? Tradicionalmente, eso ha sido materia para la poesía, para la metafísica, para la Psicología, pero no para la Antropología tal y como está concebida en la actualidad. Quizás ha llegado el momento de llevar a cabo algunas modificaciones a su metodología y a su objeto de estudio...


Santiago, Julio 2008


miércoles, 25 de mayo de 2011

"La deshumanización de la Economía"


Tres años atrás, escribí este artículo, y a la luz de los acontecimientos actuales - la crisis económica global que actualmente atraviesa el planeta, con consecuencias gravísimas y aún impredecibles - considero que está vigente y que aborda, de alguna forma, las razones de la génesis de la situación actual: la deshumanización que ha caracterizado la Economía y que ha abocado al mundo al incierto abismo al que hoy en día se asoma...

"Hace ya unos años, me llamó la atención la negativa de Nestor Kirtchner, entonces presidente de Argentina, a pagar los intereses de la deuda externa que su país tenía (y supongo sigue teniendo) con el Fondo Monetario Internacional... Y sin pretender salir en defensa del sujeto antes mencionado, pues me parece que su postura era demagógica y sólo buscaba un alza de su popularidad a costa de una medida que bien podía costar muchos disgustos al pueblo argentino, el hecho es que esta “salida” de Kirtchner me resultó interesante por lo que implicaba, por lo que significaba y por su calidad de síntoma de algo que hace mucho tiempo que el mundo está adoleciendo, y es de la deshumanización de sus medidas y planteamientos económicos... El FMI se fundó hace 60 años, bajo el auspicio de la ONU, con el fin, por un lado y principalmente, de funcionar como un ente estabilizador y equilibrador de las economías mundiales, objetivo que no siempre ha podido cumplir y de lo que son claro ejemplo las continuas crisis económicas mundiales que ha habido, sobre todo durante los ’80 y ’90... El otro supuesto objetivo del FMI era contribuir, a base de préstamos con intereses blandos (alrededor del 4% anual es el que tenía que pagar Argentina), al desarrollo socioeconómico de los países más pobres o en vías de desarrollo... Desde esa perspectiva, tendríamos que haber visto, a lo largo de estos más de 60 años, varias cosas que, de hecho, NO se han visto: por un lado, la desaparición gradual del FMI, pues si por definición su meta era la del desarrollo de las naciones, la lógica habría hecho esperar que a base de créditos con intereses blandos, la mayoría de las naciones de este planeta alcanzaran un grado de desarrollo tal que los convirtiera en autosuficientes y no precisaran, a la larga, de mayores créditos... ¿Ha sido así? Por el contrario, la brecha entre países ricos y pobres, en estos últimos 60 años, se ha agudizado; el capitalismo, como forma de vida y como mecanismo de autogestión, se ha ido radicalizando de forma insana, convirtiéndose en un capitalismo cada día más recalcitrante, extremo y totalmente afianzado en todos los países del orbe; a los únicos que el dinero del FMI parece haber llegado es a los empresarios de cada nación, pero no se puede observar un aumento del desarrollo social en ninguna parte (no, al menos, que derive de los créditos del FMI) y, cuando se trata de que la deuda se devuelva y los intereses se paguen, el FMI carece de toda ética y no demuestra interés ninguno por los DD HH o los crímenes de lesa humanidad (piénsese en el caso de Pinochet, quien se mantuvo en el poder por 17 años sin que nadie moviera un dedo internacionalmente contra él – mientras Cuba sufría y sufre un implacable bloqueo económico – pues el dictador pagaba puntualmente la deuda chilena con el FMI, incluyendo los intereses) En suma, que considerando el impresionante poder que le otorga el manejar de facto la economía mundial, el hecho es que el FMI no funciona mucho mejor que los bancos quienes, a más pequeña escala pero no menos deshumanizadamente, sólo ven números y no seres humanos cuando de lucrar se trata... El FMI se formó y trabaja con el dinero que cada uno de sus países socios aporta, y se supone que no concede créditos salvo que el país solicitante entregue un programa claro y explícito de los fines que dará a ese dinero, pero cuando esos fines no se cumplen y el dinero cae en manos corruptas o criminales, ellos sólo miran la parte que les interesa: recuperar el dinero prestado (más los correspondientes intereses); los seres humanos son soslayables, sólo el dinero importa...

Alguien podría argumentar que el fin del FMI es estrictamente económico y que para salvaguardar el respeto a los DDHH y constitucionales de las personas existen otros organismos como la ONU, o la UNICEF, o la FAO... Pero mi propuesta implica no continuar con esta disociación casi esquizofrénica de dos realidades humanas, la economía y el respeto de todos los derechos básicos del ser humano... Un ente que presta dinero no tiene más ética que la de esperar que se lo devuelvan... Creo que ha llegado la hora de que las cosas cambien, que el manejo de la economía mundial se humanice, que cuando hablemos de economía no pensemos sólo en números, tablas, ecuaciones, ganancias y pérdidas financieras, sino en calidad de vida, en derechos básicos del ser humano, en personas, en desarrollo social...

El FMI es un ente omnipotente, un dios contemporáneo que desprecia a los seres humanos como tales y que sólo ve la vida bajo el signo del dólar... Y mientras la economía no se humanice, mientras este aspecto de la vida humana no sea atravesada transversalmente por la ética, por el aspecto valórico de la existencia, por los principios mínimos que toda entidad humana debe tener, el mundo seguirá otros 60 años (por no decir 60 siglos, si es que se llega a eso) viviendo las inmensas diferencias económicas que hoy en día viven las diferentes naciones, y seguiremos inmersos en sistemas sociales cada día más metidos en el concepto de “eres lo que tienes” o “vales lo que ganas”, aumentando la brecha entre ricos y pobres, aumentando la desvalorización del ser humano como tal, auspiciando sociedades de consumo implacable donde nuestros niños y adolescentes crecen permanentemente insatisfechos y ansiosos por tener cosas más que en ser buenos seres humanos... El FMI se perpetuará en el tiempo, la economía mundial seguirá siendo deshumanizada y el ser humano seguirá considerando la economía como un ente abstracto, que no entiende, que lo supera y que, sin embargo, afecta decisivamente y decide por él en cada uno de los otros aspectos de su vida...

De hecho, que surjan sujetos como Kirchtner es claro síntoma de las vulnerabilidades de un sistema deshumanizado; que pueda venir un mandatario a meter el dedo en la boca a sus electores con una medida demagógica como esa es claro síntoma de la deshumanización de la economía; que la existencia del FMI no haya, de hecho, ayudado a ninguna nación a desarrollarse socio-económicamente, demuestra lo maquiavélico del juego: se erigen como entes plenipotenciarios de la economía mundial, pero en el fondo su único objetivo es lucrar a costa de los países más débiles, los cuales nunca saldrán de pobres, pues si así fuera, significaría la desaparición del FMI y el fin de su lucrativo negocio..."

Santiago, Septiembre de 2008

viernes, 20 de mayo de 2011

El "absentismo parental"


Desde hace ya más de dos décadas que el tema de los “niños monstruos”, referido a aquellos hijos e hijas convertidos para sus padres en un auténtico desafío por su tiranía, agresividad e indisciplina, saltó a la palestra en Estados Unidos y en Europa. Niños de tres o cuatro años en adelante que ponían en jaque la autoridad paterna, las reglas y normas del hogar, y el respeto a la integridad de sus progenitores. Veinte años después el tema sigue vigente, aunque ya se ha convertido en una materia que ha superado los límites familiares para pasar a ser una cuestión de índole social. Ya por ese entonces, los investigadores (psicólogos, sociólogos, pediatras, etc.) se preguntaban por las causas de dicho fenómeno y la respuesta resultó ser bastante simple: los estilos educacionales de los padres modernos, huyendo de la rigidez y la marcada jerarquización de antaño, habían cambiado y dado pie a otros mucho más permisivos, supuestamente más libres y respetuosos de la expresividad del niño/a pero que, a la luz de los resultados, demostraron estar mal concebidos y peor ejecutados. Dos décadas después de expuesto el fenómeno, muchos países han ido observando cómo la tendencia delictual vinculada a menores de edad se ha ido incrementando alarmantemente. Cada vez es mayor el número de delitos provocados por niños/as menores de 18 años y cada vez menor la edad a la que se comienza a delinquir. Obviamente que este hecho no sólo implica a menores de edad cometiendo crímenes y causando víctimas, sino un incremento, asimismo, de su vulnerabilidad y su tendencia a ser, a su vez, victimizados.


En Chile, como en otros muchos otros países del mundo en vías de desarrollo, este tipo de tendencias nos llegan con años de retraso, pero finalmente nos llegan. Sin ánimo de estigmatizar a nadie, creo que todos hemos sido testigos de los numerosos aspectos en los que las vidas de nuestros adolescentes y jóvenes se ven envueltos, hoy en día, en delitos violentos (robos a mano armada, violaciones, homicidios), acciones violentistas (revueltas callejeras), agresiones intraescolares (el ya famoso fenómeno del “bulling” o matonismo) y eso destacando sólo los aspectos en que la violencia hacia otros se pone de manifiesto. Por otro lado, tenemos toda una serie de eventos relacionados con el consumo y abuso de alcohol y drogas, con el consiguiente detrimento en la calidad de vida y el desempeño escolar y académico de los niños/as y adolescentes, del cual no sólo podemos responsabilizar a las capacidades infraestructurales o financieras del establecimiento escolar (tema muy en boga actualmente por la polémica LGE), sino a la disposición personal, la orientación hacia el logro o la motivación interna de los alumnos, de su interés por los estudios, y este aspecto está tan relacionado con el espíritu y las actividades que promueva el centro escolar como con la calidad de las relaciones que el niño, adolescente y joven tiene con su medio y con sus seres queridos, sobre todo con sus padres.


Es un hecho que hoy en día las relaciones paterno filiales no son iguales a las de antaño, y es también un hecho que no son mejores. Sin intención de caer en la vieja cantinela de “todo tiempo pasado fue mejor”, la realidad es ésta: los niños/as y adolescentes chilenos están demostrando actitudes, conductas y motivaciones que delatan que algo no está funcionando bien en el ámbito familiar. Una tendencia preocupante a la falta de empatía, al egocentrismo recalcitrante, a no valorar el esfuerzo paterno por salir adelante, a ser absorbidos por una sociedad basada en el consumo y la tenencia de cosas, a considerar que no tienen que esforzarse por nada porque para eso están los padres proveedores, a pasar a llevar la autoridad paterna y materna, a defender a ultranza sus derechos mientras, en paralelo, hacen todo lo posible por eludir sus responsabilidades son algunas de las características que pueden observarse en muchos niños/as y adolescentes en la actualidad. Muchos padres, alentados por teorías psicopedagógicas tan maravillosas como peligrosas por su falta de rigurosidad y huyendo del modelo rígido vivido en su propia infancia, fueron buscando estilos de educación y formación que buscaran una mayor “democratización” del ámbito familiar, sin caer en la cuenta de que una relación padres-hijos, por definición y para su propia conservación, nunca podrá ser democrática. Y esto, que suena tan feo y que hará arrugar la nariz de más de uno/a, es una verdad como una casa, porque los roles de padre, de madre y de hijo/a son roles muy delicados, que necesitan de una definición clara, sin fisuras y con límites claros, pues cuando estos se pierden, se pierde el rol en sí, y en ese momento no es sólo la relación la que se pone en peligro sino el desarrollo y construcción completa de nuestros hijos como seres humanos. Toda relación padres e hijos necesita de una jerarquía y de un respeto a los espacios y a los límites como tales para que se desarrolle de forma productiva y feliz para todos. El hijo que crece en un hogar sin límites claros, sin reglas mínimas, sin hábitos en sus horarios, sin normas que lo guíen, sin pautas que le ayuden a saber hacia dónde dirigirse y sin respeto a la autoridad de sus padres, por un lado está creciendo con la enorme responsabilidad (que su inmadurez emocional no maneja adecuadamente) de tener que decidir por sí mismo en materias donde aún necesita guía y apoyo y, por otra, al no tener figuras de autoridad a las que enfrentarse cuando llegue a la adolescencia (etapa donde la rebeldía y la autodeterminación comienzan a aflorar) ¿contra qué se va a rebelar si sus padres hace tiempo ya que le permitieron todo o casi todo?


Creo importante aclarar que cuando hablo de autoridad no estoy hablando de autoritarismo, que cuando hablo de reglas y normas no estoy hablando del “come y calla” y que cuando hablo de jerarquía y disciplina no estoy hablando de tiranías. Este tema me parece demasiado serio como para perder el tiempo en aclaraciones innecesarias, pero sentí que era pertinente hacer esta precisión.


Y todo esto me lleva al título de esta nota, porque finalmente llegamos a donde quería llegar: al peligro que suponen los fenómenos antes descritos y que, en su conjunto, yo calificaría de “absentismo parental”. Porque son los padres los primeros y principales responsables y creadores de los estilos educacionales que decidan implementar en sus hogares. Y por ello, cuando el estilo se caracteriza por uno permisivo, abocado a dar cosas para no tener que dedicar tiempo, poco comprometido con el verdadero significado del rol de padre o madre, y más centrado en sus vidas particulares que en la vida familiar y en las necesidades reales de sus hijos/as, yo no puedo menos que recurrir a ese término, “absentismo”. Que el padre y/o la madre son personas vitales en la vida de los hijos es una verdad indiscutible. Y unos padres motivadores, preocupados y atentos pueden marcar una diferencia significativa en la forma en que sus hijos crezcan, se desarrollen, se desenvuelvan y aprendan las lecciones de la vida. Hace ya tiempo escuché a la psicóloga Pilar Sordo decir que la gran mentira de la sociedad chilena y largamente repetida por los padres es “no tengo tiempo” para mis hijos. Pues lo cierto es que no se trata de una cuestión de tiempo sino de prioridades, de la forma en que priorizamos ese tiempo. Y que así como le dedicamos tiempo a un telediario, una telenovela o un partido de fútbol, así también podríamos dedicar ese tiempo a la familia, a los hijos/as.


En fin, vayamos ahora a las propuestas, a las alternativas. Porque una cosa está clara: a nadie le gusta el estilo educacional rígido del “come y calla”, de la cachetada por cualquier expresión de opinión (que antaño se calificaba de insolencia) ni de “aquí se hace lo que yo digo porque para eso soy tu padre”. Ese estilo educacional no respetaba las necesidades del niño ni su dignidad, y no potenciaba el desarrollo de una mente creativa y constructiva. Pero el estilo permisivo tampoco lo logra y tiene el agravante de que ha generado mucha confusión en las mentes infantiles y adolescentes, una creciente desarmonía en la estructura familiar y altos niveles de insatisfacción tanto en padres como en hijos/as. Niveles de insatisfacción que tanto en unos como en otros, cuando superan todos los límites, estallan en hechos como la violencia adolescente en las calles o los infanticidios (doloroso hasta las lágrimas el reciente caso de la niña de nueve años asesinada a golpes por su madre por no leer un libro asignado como tarea escolar) provocados por un nivel de presión (personal, familiar, social) tan alto que ni niños ni adolescentes ni adultos consiguen manejar de forma constructiva.


Yo abogaría porque junto a medidas políticas y económicas de énfasis en la Educación, exista un proyecto o programa gubernamental para la recuperación del rol parental, un proyecto de culturización a gran escala y a lo largo de todo el país que trabaje el reforzamiento de los lazos familiares, la educación de los roles de padre y madre, su significado, su importancia, su adecuado desempeño. Una campaña que nos ayude a la prevención del absentismo parental y a su recuperación. Nadie nace sabiendo ser padre ni madre, son roles que se aprenden con la experiencia y el ejemplo, y ante fenómenos como el abandono, la desprotección, la desmotivación, la delincuencia juvenil, el abuso sexual a menores, el absentismo escolar, el maltrato infantil y el infanticidio debería haber una iniciativa por parte del Gobierno para trabajar esta área, la del rol parental, y subsanar de esa forma, de raíz, tantas carencias, deficiencias y penurias que afectan a los niños, adolescentes y jóvenes en nuestro país.


Quizás estoy soñando. Pero conozco muy pocos logros y conquistas en la Historia de la Humanidad que no hayan partido de sueños. No nos dé vergüenza, como padres y madres, admitir que muchas veces nos sentimos desorientados, que hay cosas que nos superan en nuestro rol, que la sociedad actual nos presiona, que no es fácil educar en estos tiempos pero que, por encima de nuestra perplejidad, amamos a nuestros hijos/as y queremos lo mejor para ellos/as.

Santiago, año 2008


jueves, 28 de abril de 2011

"Algo de mí"


Hay algo de mí

que nunca morirá.

Aún no vislumbro

si se trata

de la simiente pura

de mi alma tibia

o el verbo alado

de mis manos

en tu espalda.


Quizás la luna llena

cargada de rocío

o el manantial sensible

que emanó un día

de mi vientre.


Hay algo de mí

que nunca morirá,

porque la noche

no cubre de llanto

mis sueños

sino que perla de estrellas

mi frente dormida.


Quizás la prosa viva

que liberé al viento,

salida del encierro injusto

y el tiempo de barbecho,

o quizás el verso inquieto

que dormitaba somnoliento,

anidado cual paloma

en el centro

de mi pecho.


Hay algo de mí

que nunca morirá.

Aquello que hoy

es vida, corazón y aliento,

reflejo mágico

de mi pasado etéreo,

palabra, obra, luz

y pensamiento...


Santiago, 27 de Abril de 2011

martes, 19 de abril de 2011

Iglesia y pedofilia (texto)


La Iglesia Católica chilena está demostrando tomarse muy poco en serio la grave situación que atraviesa actualmente a consecuencia del caso Karadima, haciendo nuevamente gala de la misma soberbia y actitud de “intocables” que ha demostrado la Iglesia en general a lo largo de las últimas décadas en relación a los abusos cometidos contra miles de niños y niñas a lo largo y ancho del mundo. Y afirmo esto porque la gravedad de la situación es mucho más profunda y precisa de mucha mayor atención que el tardío y conveniente mea culpa de la jerarquía eclesiástica, tanto en el Vaticano como en Chile, o de medidas tales como la creación de un organismo que se ocupe de la reparación de las víctimas, considerando sobre todo que el mundo ha visto ya demasiadas generaciones de niños y niñas crecer sin ningún tipo de apoyo ni ayuda tras haber sufrido todo tipo de abusos por parte de sacerdotes católicos, y que lo que corresponde ahora es poner el acento en la prevención de este tipo de delitos.


En efecto, a un nivel psicosocial, si ya el abuso sexual y violación de menores es un acto gravísimo (aunque las penas que arriesgan los perpetradores, en general, nunca han sido tan altas como debieran), al hecho abusivo en sí se añade la característica (antes incuestionable, hoy presunta) de “autoridad moral” de la que los sacerdotes estaban investidos, lo que agrava aún más el acto ominoso y lo convierte en un atentado no sólo contra sus jóvenes víctimas sino contra toda la sociedad por cuanto en la mayor parte de los países occidentales ésta se rige por normas morales de origen cristiano y la Iglesia católica se ha convertido en el bastión moral de sus ciudadanos. Además, durante las décadas y décadas de abuso, la Iglesia, lejos de responder a estos con la debida corrección, es decir, entregar al perpetrador a las autoridades civiles y castigarlo a su vez con la expulsión de la Iglesia impidiéndoles continuar ejerciendo el sacerdocio (pues una vez comprobada su evidente inmoralidad así debió ser) y escuchar y proteger a las víctimas, por el contrario, convenció a éstas y a sus familias de la conveniencia del silencio y del secretismo, convirtiéndose en un ente cómplice de los abusos, eligiendo con total frialdad ocultar el delito, proteger al perpetrador y muchas veces simplemente trasladarlo de parroquia con el fin de alejarlo de sus acusadores, haciendo de él una amenaza real (y un abuso concreto) para otra comunidad, que recibía al nuevo párroco sin saber qué tipo de criminal acercaba a sus hijos.


Es importante observar, entonces, el fenómeno del abuso desde la perspectiva de aquellos que, estando cercanos al niño abusado y habiendo presentado sus reservas o sus quejas directas a la autoridad eclesiástica, fueron finalmente absorbidos por una suerte de pacto de silencio a favor del perpetrador y de la Iglesia Católica, quienes quizás advirtiendo maliciosamente del estigma social que acompañaría al niño abusado como consecuencia directa de la denuncia, o simplemente ejerciendo el inmenso poder que la Iglesia ha ostentado desde siempre, finalmente conseguían su propósito: silenciar a sus pequeñas víctimas y a sus familiares, protegiendo así a criminales que nunca pagaron por sus crímenes y de los cuales muchos aún gozan de total impunidad.


Estamos hablando de décadas de abuso sexual, de miles de niños alrededor del mundo marcados por una experiencia aterradora y traumatizante, de una actitud cómplice y por lo tanto criminal por parte de una entidad – la Iglesia Católica - con millones de fieles en los cinco continentes totalmente convencidos de la superioridad moral de su jerarquía eclesiástica y de su carácter de “representantes de Dios en la Tierra”. Así las cosas, el mea culpa de Monseñor Ezzati y Monseñor Errázuriz es, sencillamente, tardío, conveniente y con un claro “tufillo” de arrogancia porque, pese a todo, no se ve que proceda de un reconocimiento sincero del daño infligido por parte de la Iglesia (y no sólo por Karadima) a la sociedad chilena, sino como respuesta obligada a una decisión procedente del Vaticano y a la presión social de una sociedad, la chilena, que comienza a reaccionar ante una verdad tan real como aterradora: que su autoridad moral, su guía espiritual y su representante de Dios en la Tierra es una entidad que carece de toda moral, que ha protegido por décadas a pedófilos en todas partes del mundo, que se ha convertido en cómplice de sus crímenes y que no da muestras claras de pretender combatir esa lacra, por cuanto todavía ampara a sus perpetradores, dos de los cuales en Chile – la ex-madre superiora de las Ursulinas y el padre Raúl, sacerdote de la parroquia de El Bosque en los años '60 - se encuentran en Alemania, disfrutando de impunidad a expensas del Vaticano. Recuperar la confianza de los fieles no es la única cuenta pendiente de la Iglesia Católica en Chile hoy en día: recuperar el aura de autoridad moral y de superioridad espiritual es una tarea todavía más compleja. Sólo el tiempo y sus acciones nos dirán si es capaz de cumplirla.

Santiago, 18-04-2011

lunes, 18 de abril de 2011

"Donde el amor"


Donde el amor se asoma
esperanzado,
sereno,
renazco entre las cenizas
de mi antigua combustión,
ésa que un día aciago
colmó mi alma
de sombras,
ésa que un pasado lejano
sembró de angustias
mi corazón...

Donde el amor me mira
con arrobo,
con ternura,
amanezco envuelta en luz
y sonrisas,
anhelos nuevos
y el cosquilleo cómplice
de una voz queda,
y en mi mano abierta,
una caricia...

Donde el amor me espera
con paciencia
y secreta astucia,
regreso vapuleada
pero entera
de mis luchas y tormentas
internas,
y en su abrazo
- continente eterno
de mi ínsula perdida -
hallo la respuesta
que evapora los miedos
y las dudas...

Santiago, 16 de Abril de 2011

martes, 12 de abril de 2011

"De la estirpe de Némesis" (novela)


Capítulo I

Siempre le había tenido, sin saber exactamente por qué, auténtico terror a ese momento. Había ocasiones en las que se descubría a sí mismo sumido en el morboso entretenimiento de imaginarse en medio de la tan temida situación y pensando en el aspecto que presentaría (que, seguro, no sería el adecuado), en si se le notaría mucho o poco la turbación, en si podría evitar que le sudaran las manos o le temblara la voz (y en lo que pensaría ella al notarlo), en si la sonrisa que lograra esbozar resultaría demasiado falsa o, peor aún, si conseguiría sonreír siquiera. En todo caso, la imagen que más dolorosa satisfacción le producía y con la que a más elevados niveles de placer masoquista ascendía era la imagen de su mirada. Pintarla fría, distante y aderezada con un fino deje de reproche era una experiencia tan deliciosamente ingrata como vivirla de forma tangible; y tenía la ventaja de ser mutable a conveniencia, acorde al estado de ánimo que tuviera al levantarse: unas veces podía presentarse fría y distante pero sin el deje de reproche final mientras que, en otras ocasiones, el reproche sería lo más notorio y mortificante de su mirada. Como fuese, el hecho es que siempre le había tenido, sin saber exactamente por qué, auténtico terror a ese momento.

Sin embargo, nada de toda aquella amarga, caprichosa y placentera profecía se cumplió. Apareció un día, de súbito; ni un aviso, ni una carta, ni una llamada telefónica, nada. Simplemente, una tarde ahí estaba, de pie frente a él, mirándolo directamente a los ojos. Debían ser ya las cuatro, cuatro y cuarto. Pleno verano en una Valencia envuelta, a la hora de la siesta, en un calor denso y casi palpable a más de treinta grados a la sombra: fuego en el cielo, fuego en el asfalto, abotague de los sentidos y del alma. Sonó el timbre y abrió la puerta (sin pausa, no tenía por costumbre preguntar quién es ni echar una ojeada por la mirilla).

Al principio le costó reconocerla, la última vez que se habían visto ella se erguía a poco más de un metro del suelo y él, la verdad sea dicha, tampoco le prestó mucha atención. Pelo oscuro y muy liso, como el de su madre, pegado a la cara y al cuello por el sudor, tez blanca y unos ojos negros como la noche que lo estudiaban hasta el punto de incomodarlo. Igual que entonces, aunque no fueran ni fríos, ni distantes, ni contuvieran ese flexible deje de reproche con que tantas veces se había solazado.

- Hola, padre.

Ariel parpadeó, y atrapado en una turbación que no habría podido disimular ni ensayado durante semanas, sonrió confuso. La situación era mil veces más desagradable a como la imaginara nunca, y no tenía ni el más leve matiz placentero. Sin saber muy bien cómo reaccionar, de un empujón abrió tras de sí la puerta y le cedió el paso.

- Adelante.

La sonrisa desapareció de su cara; después de todo, ella tampoco sonreía. Con gesto cansino, recogió un bolso de aspecto pesado del suelo y entró.

- Gracias.

"Gracias". Ahí estaba la tercera palabra que Ariel Zúñiga cruzaba en casi veinte años con quien le gustaba recordar como "la única descendencia que he tenido y la única que tendré", por lo que haciéndose necesario ampliar tan exigua comunicación, decidió relegar su confusión a rincones insondables de su química hormonal e invitarla a ponerse cómoda (aunque no demasiado) y a explicarle a qué se debía el sorpresivo honor de tan inesperada visita. Intentó parecer desenfadado para hacer menos evidente el temblor de sus manos y, aunque el resultado fue penoso (de tanto moverlas daba la impresión de encontrarse al borde de un ataque histérico), antes de que la joven lograra pronunciar su cuarta palabra, Ariel insinuó la existencia de innumerables e improrrogables compromisos que la hicieran desistir de su más que probable intención de prolongar demasiado su visita (no es que sintiera animadversión hacia ella, después de todo era su hija, pero su presencia despertaba recuerdos que él hubiera preferido enterrados bajo cal, y además su mirada seguía incomodándolo tanto o más que en la época en que se erguía a poco más de un metro del suelo).

Sin embargo, toda la elocuencia de su verborrea se perdió en la nada cuando ella, con absoluta serenidad, le explicó el motivo y condiciones de su visita.

- No te preocupes, padre. No voy a quedarme mucho tiempo; ni siquiera necesito dinero. He venido a matar a un hombre.


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jueves, 7 de abril de 2011

Realismo vs. Pesimismo (texto)



No sé Uds., pero yo comienzo a estar cansada del pesimismo generalizado que parece haberse instalado en nuestras mentes, en nuestro espíritu y en nuestras vidas desde hace ya demasiado tiempo a raíz, sobre todo, de la ya tan bullada crisis económica, sus consecuencias y la nueva escalada de violencia internacional a raíz de las revueltas populares en el Mundo Árabe. Todo esto ha despertado a una gran cantidad de sesudos pensadores que nos han bombardeado con todo tipo de textos, opiniones y análisis. Pero lo que me ha terminado agotando no es lo reiterativo de los temas ni el desmenuzamiento concienzudo de tales eventos (obviamente de gran relevancia e interés) sino el tono pesimista (disfrazado muchas veces de realista y/o pragmático) que impregna muchos de dichos análisis, estudios y opiniones. Ciertamente no es mi idea hacer una apología a la ceguera ilusa ni a las vanas esperanzas, pero tras esta avalancha informativa y analítica ha terminado quedándome una sensación de molestia y de hastío por lo que ya considero una orgía perpetua (como diría Vargas Llosa) de pensamiento negativo, vibras oscuras y necesidad imperiosa de ver todo malo. Una ya empieza a aburrirse de tanto agorero pesimista, de tanto profeta milenarista y de tanta tendencia a echarle el avión abajo al optimismo, a la visión positiva de la vida y al resguardo de la ilusión como parte vital de nuestra esencia humana. Y, sobre todo, una ya empieza a estar hasta el gorro de tanta mente brillante capacitada para diseccionar cualquier tema ahondando hasta el paroxismo en los errores, en los fallos, en las mentiras, en lo oscuro y en lo diabólico del sistema, de la economía, de la política, de los medios de comunicación o de lo que se les venga en gana pero adoleciendo, a la vez, de una clarísima incapacidad para proponer soluciones, para aportar con alternativas viables, para entregar mucho más que meros análisis fatalistas, derrotistas y empapados de pesimismo. Casi parece estuvieran en la gloria, en pleno éxtasis mientras escriben sus artículos sobre lo fritos que estamos, lo poco o nada que debemos confiar en tal o cual político, lo ilusos que somos si creemos que algo va a cambiar o lo cerca que estamos de la catástrofe mundial. Yo no me siento especialmente inteligente ni brillante, y tengo muy claros mis virtudes y mis defectos, mis habilidades y mis límites. En eso soy realista, pues realismo no es ver todo como las reverendas y con ello decir que estoy viendo las cosas claras y objetivas. No, ser realista es ser capaces de ver el lado bueno y el lado malo de las cosas y, sobre todo, asumir de forma constructiva que nada es ni puede ser perfecto y no por ello no poder ser positivo. Ser realista es saber que nada puede ser exactamente como yo quiero porque alrededor mío hay millones de personas que ven las cosas de manera diferente –y que tienen anhelos también diferentes- y no por ello pensar que no hay lugar para la felicidad en este planeta. Ser realista es comprender que toda situación tiene, como mínimo, dos caras y que pese a ello se puede llegar a soluciones, a acuerdos, a aportes, a logros. Y aparte de ser realista, pasados ya los 40 años, también me considero capaz de ver por mí misma cómo están las cosas, sin engañarme, sin ponerme una venda en los ojos que no me permita ver cuán difícil es el mundo, cuán ardua la tarea de sobrevivir en él y cuán fácil es caer en derrotismos. Porque así es, pensar en negativo es lo más fácil, pues permite elucubrar hasta el cansancio sin aportar nada mientras que hacerlo en positivo implica reflexionar, romperse la cabeza y dar con soluciones a los problemas y a los conflictos que el mundo y la vida nos presenta día a día. Por lo tanto, no necesito que nadie venga a decirme (y menos a reiterarme hasta el hastío) cuán corrupto está el sistema ni a abrirme los ojos sobre cuán engañabobos es realmente tal o cual político ni cuán catastrófica es la situación económica mundial en este momento. Hace tiempo ya que aprendí a no creer en la Calchona y a convertir mi ingenuidad adolescente en una visión madura de la existencia. Hace tiempo ya que aprendí que los procesos históricos devienen de actitudes y conductas humanas y que, por lo tanto, están tan sometidas a su naturaleza imperfecta como ellas. Y no por ello pienso que el ser humano no tiene remedio y que nos estamos acercando al fin del mundo.


En suma, no necesito más sesudos agoreros derrotistas sino artesanos constructivos y positivistas, visionarios de un futuro promisorio, librepensadores realistas y mentes creativas comprometidas con un cambio efectivo. Necesito, y creo que todos/as, una mayor inyección de energía positiva, de esperanza sana, de creatividad personal y de fe en el ser humano y en sus capacidades (fe realista, asumiendo cuán imperfecto es por naturaleza y, a la vez, cuán grande en su potencial mental, afectivo, espiritual y creativo) Esto implica un sentido grande de la responsabilidad pues, como dije antes, ser positivo conlleva la tarea de construir, de moverse hacia delante, de levantar la mirada y enfocarla hacia el futuro, de alzar las manos y ser capaces de tocar la esperanza y de dar forma a los sueños, de encaminar nuestros pasos hacia un proyecto de vida integral, pleno. Insisto en que no se trata de perderse en ensoñaciones, en ilusiones vanas ni en un Nirvana de autocomplacencia; no se trata de perder de vista el lado malo y difícil; no se trata de creer que con una sonrisa basta para superar todos los obstáculos. Pero una cosa está clara: una sonrisa siempre abrirá más puertas que un gesto ceñudo. Y ya va siendo hora de que los agoreros del Apocalipsis y auto-erigidos remecedores de conciencias dormidas comiencen a sonreír y a buscar, con todo el esfuerzo que ello implica, el lado positivo de las cosas. Quizás sea un esfuerzo supremo para ellos, pero con toda seguridad merecerá la pena...


Santiago, Abril de 2011