miércoles, 23 de marzo de 2011

"Reflexiones otoñales" (texto)



Frente a mi antejardín tengo dos grandes árboles de hoja caduca. Son hermosos y durante la primavera y el verano protegen el frontis de mi hogar de la presencia inapelable del sol pero, francamente, yo hubiera preferido que se tratara de árboles de hoja perenne. Cómo no, si cada otoño me veo obligada a barrer millones de hojas que bien podrían llegar, en total, a la tonelada. Obviamente no tienen la gentileza de caerse todas juntas en un solo día sino que cada jornada me veo en la necesidad de barrer miles y miles de ellas para que bajo su manto ocre y crujiente no desaparezcan mi vehículo ni la vereda... Al principio, me tomé la labor de barrerlas con el estoicismo propio de la dueña de casa que desea un entorno limpio y ordenado para su hogar. Cada tarde, los primeros días pues luego descubrí que las mañanas era un mejor horario, escoba, recogedor y tacho de basura en mano me dirigía al antejardín con el fin de desocuparlo de hojas marchitas. Era una labor metódica, no demasiado larga ni demasiado agotadora, a decir verdad, y esmerada. Con el paso de los días, sin embargo, mi actitud y sensaciones han ido cambiando. Continúo recogiéndolas con el mismo esmero y la misma persistencia metódica (eso no ha cambiado) pero con el añadido de que ahora he aprendido a observar las hojas y donde antes sólo veía un manto amorfo y desbordado, ahora reparo en sus diferentes texturas, colores y consistencias, descubriendo, gracias a ellas, una diversidad de la que antes no me había percatado. Y esa diversidad me ha llevado a reflexiones sobre lo efímero de la existencia y el inevitable fin de la corporalidad, de la existencia física... Las hojas, como todo ser vivo, tienen un ciclo de vida y muerte que replica a la perfección cualquier tipo de existencia sobre la Tierra. En primavera, brotan con esa energía que sólo el milagro de la vida otorga; durante el verano lucen espléndidas y hacen del árbol un ente frondoso y radiante; a la llegada del otoño comienzan a mudar de color, a perder su lozanía y a caer del árbol; arrastradas irremisiblemente por el viento o la escoba de turno, terminan su ciclo desapareciendo totalmente con la llegada del invierno para, nuevamente, ser reemplazadas por otras hojas con la nueva aparición de la primavera. Un ciclo perfecto, perenne, coordinado, esencial... Un ciclo de existencia que nos habla de mortalidad, de reemplazo, de desaparición y retorno al misterio del Cosmos, pero también de renovación, de energía que no muere ni se destruye, de esperanza y evolución... De un mundo que nunca dejará de experimentar el cambio y el avance de sus criaturas, ni la dinámica de la vida y la muerte, realidad en la que la mano del hombre, pese a su arrogante displicencia y al poder que cree tener sobre el planeta, nunca podrá intervenir, detener ni modificar...

Santiago, 23 de Marzo de 2011

11 comentarios:

  1. eso es, así es el ciclo. y trabajar con la naturaleza (en este caso, las hojas) es una buena terapia. Te pone en contacto con la naturaleza. Cuando demalecé a punta de pala todo el patio de mamá, entendí que en la vida también había que desmalezar. y cuando riego en las tardes 8lo que para mí es un coñazo) sé que les estoy dando agua a unos seres vivos y eso me anima, comparto con ellos, yo los ayudo y ellos están ahí. Es simbiótico...

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  2. Así es, también yo siento que ambas actividades tienen su dosis de terapia, de acercamiento a la Naturaleza y al ciclo de la vida... Sólo es cosa de dejar de verlo como una mera actividad cotidiana obligada y captar que en todas las acciones, sobre todo de aquellas que nos ponen en contacto con la Naturaleza, hay lecciones que aprender y reflexiones que hacer... La cotidianeidad está llena de mensajes y crecimiento si una tiene la actitud apropiada... :-)
    Besotes! xxx

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  3. no las barra todos los días, es bonito verlas hechas una alfombra colorida y pisar entre ellas, es algo que me encanta. sáquelas del parabrisas del auto nomás para que pueda ver cuando sale al colegio o compras. luego, con pala y escoba, las recoge y mete en bolsa. ya se que es lata, pero no dan tan mal aspecto caíds por ahi... nos avisan de los perfectos ciclos de una vida perfecta, como deberían ser las nuestras...

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  4. La verdad es que barro día por medio, cuando pasa la basura, y el fin de semana no las toco... ;) Es lindo verlas ahí, trocando el color gris de la calle en una combinación de ocre, amarillo y verde... :-)
    Oye, y me sirve de ejercicio, también... El primer día barrí con tanto vigor que al día siguiente tenía agujetas, jeje... Ya no las tengo, las piernas se me están fortaleciendo... ;)
    Bechos! xxx

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  5. La vida se reparte a pedazos en las hojas, y ambas, las hojas y tú, son herederas del tiempo. Víctimas de la distancia...
    ¿ Pero hay una distancia que sea la más profunda ? No; acabas de reunirla en tus palabras.

    Un abrazote.

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  6. Gracias, Enrique, hermosas palabras las tuyas, y cargadas de cariño... :-)
    Besotes! xxx

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  7. Aparte que el olor de las hojas secas, sobre todo con la lluvia, es único. Añoro la lluvia, aquí llueve poco.... (Aproveché para alimentar a tus carpas, hermana Caffena, jijiji)

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  8. Jajajjaja, pobrecitas, ni las miro casi... ;) Cierto, una de las cosas que más me agrada cuando barro esas miles de hojas es el aroma que desprenden, sobre todo cuando las recojo después de que se haya regado el antejardín; esa humedad las hace más fáciles de recoger (no se vuelan con la brisa o el viento) y el olor es grato, inspirador... :-)
    Besos! xxx

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  9. Tu texto me deja una sensación de placidez enorme...y las reflexiones que has hecho de una simple actividad cotidiana son hermosas y muy acertadas....
    "La cotidianeidad está llena de mensajes y crecimiento si una tiene la actitud apropiada.."
    Un abrazo grandote!

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  10. Un abrazo, Nina, gracias por tus palabras y bienvenida a mi blog, amiga! :-)
    Besos! xxx

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