Hace ya muchos años,
treinta y siete para ser exactos, Paulina Aresti Toledo vivió en un
kibbutz. Éste se encontraba en el norte de Israel - en las
proximidades de Afula y Nazareth - y estaba ubicado en los terrenos
de un antiguo campo de entrenamiento del ejército británico en
épocas en que aquella zona del Oriente Medio era colonia de
Inglaterra. Corría el año 1974, uno después del golpe de estado en
Chile que obligó a una entonces infante Paulina, a sus padres y a su
hermana menor a abandonar su país de origen y los catapultó a la
categoría de exiliados, palabra que la niña tardaría muchos años
en comprender a cabalidad y que otorgaría a su existencia un sello
indeleble. Sin darle apenas tiempo para asimilar la inminente
realidad que se avecinaba, Israel pasó a ser, de la noche a la
mañana, su nueva patria y el kibbutz su nuevo hogar. El país,
en todo caso, no le era ajeno ni lejano; no en vano sus tíos Rodrigo
y David, hermanos menores de su madre, habían hecho aliá apenas
unos años antes: Rodrigo (rebautizado Itamar al llegar a Israel) en
1971 y David al año siguiente. Por otro lado, Paulina y su hermana,
Valeria, estudiaban en el Colegio Hebreo de Viña del Mar y aunque
Iñaki, su padre, era agnóstico y Patricia, su madre, una militante
comunista atea, también sabía que su abuelo materno era judío,
razón por la cual insistiera en que sus nietas estudiaran en dicho
establecimiento escolar. El concepto de judaísmo, en todo caso, le
era a Paulina, criada en libertad de pensamiento y de culto, tan vago
y abstracto como el comunismo de su madre o el agnosticismo de su
padre; a los nueve años, el mundo adulto está sobrecargado de
nociones tan grandilocuentes como ambiguas, y ella no era un niña
intelectualmente precoz por lo que vivía su infantil existencia con
la candidez e ingenuidad correspondientes a sus cortos años.
Así las
cosas, casi podría decirse que no habría nada de sorprendente en
que Paulina, hace exactamente treinta y siete años atrás, llegara
al kibbutz Mishmar
Haemek.
El país los recibió
una cálida noche de Agosto, pleno verano en un Israel que Paulina
percibió caluroso y húmedo nada más bajar del avión, y que le
impregnó el sentido del olfato con un olor nuevo, mezcla de una
flora y especias aromáticas que desconocía y que le otorgaba
identidad propia al aire que respiraba. Con el cabello y las
camisetas pegadas al cuerpo por el calor reinante, la niña, sus
padres y su hermana abandonaron el aeropuerto escoltados por personal
de la Sojnut, agencia judía de inmigración, tras el consabido
trámite de aduanas y seguridad interior. En medio de una multitud de
pasajeros variada y cosmopolita, subieron a una furgoneta que los
transportó hasta el kibbutz, travesía que a las menores se
les hizo corta pues durmieron buena parte de la misma, agotadas por
el viaje transoceánico. El vehículo se detuvo a un costado del
jadar haojel, comedor comunitario, y cuando la puerta lateral
de la furgoneta se abrió con
un golpe seco que la despertó, lo primero que Paulina, recostada
sobre las rodillas de su padre, divisó al abrir los ojos fue el
cuerpo de su madre iniciar el descenso y la cabeza asomada de David,
el menor de sus hermanos, quien se abalanzaba sobre ella para
abrazarla al mismo tiempo que le decía:
- ¡Me caso, Paty, y renunció Nixon!
Aquellas
palabras, pronunciadas desde la espontaneidad del momento, hacían
referencia directa al reciente escándalo de Watergate en Estados
Unidos y al próximo enlace matrimonial del tío David, y pasaron a
formar parte de la crónica familiar como una de las bienvenidas más
originales que sus miembros recordaran en su larga historia de
separaciones y reencuentros.
Junto
a David se encontraban otros familiares, arribados al kibbutz
un par de meses antes, exiliados también por la dictadura de Augusto
Pinochet. Todos procedieron en alegre desorden a recibir a los recién
llegados con exclamaciones de júbilo y abrazos apretados, sonrientes
y emocionados. Paulina notó de inmediato que tanto sus tíos como
sus primos lucían sus cuerpos muy tostados; muy pronto también ella
experimentaría en su piel la fuerza ancestral del sol impertérrito
de Tierra Santa y las peculiaridades de un clima muy distinto al de
su Valparaíso natal.
Ahí
estaban las tías Lorena y Ruty, hermanas de la mamá, y el tío
Arturo, esposo de la tía Lorena. Y los primos Camila y Andrés,
hijos de la tía Lore, y la pequeña Moni, hija de la tía Ruty. El
gran ausente aquella noche de reencuentros fue el tío Itamar, quien
se encontraba en la Tsavá, ejército israelí, cumpliendo con
su servicio militar obligatorio. El tío David se encontraba en esos
momentos de permiso, de ahí su presencia en el kibbutz el día
de la llegada de los Aresti Toledo a Israel. Entre todos se hicieron
cargo del equipaje y, tras despedirse del conductor, iniciaron el
ascenso por el serpenteante sendero que conducía desde el jadar
haojel al Merkaz Klitá, Centro de Absorción, donde se
encontraban las viviendas de los olim jadashim, emigrantes
judíos. Salvo por la presencia de la familia, aquella zona del
kibbutz aparecía bastante solitaria aquella noche; por lo
visto, las presentaciones al personal encargado de recibir
formalmente a los nuevos olim podían esperar al día
siguiente.
Paulina
recordaría el resto de su vida ese momento con lujo de detalles, al
igual que las sensaciones que colmaron su alma de niña mientras,
rodeada de los sonidos, la húmeda calidez y los aromas nocturnos de
su nuevo entorno, escuchaba excitada las palabras atropelladas de sus
primos describiéndoles a ella y a su hermana los edificios y parques
de juego que encontraban a su paso y explicándoles la enorme
cantidad de cosas entretenidas que podían hacerse en el kibbutz.
Paulina y Andrés habían nacido el mismo año, mientras que Valeria
era tres años menor y Camila tres mayor que su hermano y su prima.
La pequeña Moni tenía apenas dos años y en ese momento era
transportada sobre la cadera de Ruty, su madre, que conversaba
animadamente al interior del grupo familiar adulto; éste avanzaba
varios pasos por detrás de los niños e intercambiaba información
sobre parientes y amigos dejados atrás, al otro lado del Atlántico.
- ¿Y cómo quedó mi mamy? ¿Y mi papy, sigue preso en Ritoque?
- Itamar llega en una semana, más o menos, está en los altos del Golán...
- Iñaki, ¿ha habido alguna novedad sobre Aitor?
- Ojalá puedan venir pronto a Megido, para que conozcan a Efrat...
- ¿Supieron algo de Carlitos Horowitz? Su familia aquí sigue sin tener noticias suyas...
Unos
cincuenta metros más arriba, Paulina, Camila, Andrés y Valeria,
precedidos por los adultos, arribaron al Merkaz Klitá. Éste
consistía en un conjunto de edificios bajos de cuatro departamentos
cada uno, comunicados entre sí por senderos de cemento y rodeados de
impolutas extensiones de césped bien cuidado. La mayor parte de las
viviendas se encontraba al margen izquierdo del camino asfaltado por
el que circulaban los vehículos que llegaban hasta el Centro de
Absorción, y desde el cual, detrás de unos altos setos de arbustos,
podía divisarse un vasto campo de cultivo de naranjos y girasoles.
Paulina atesoraría en su memoria los momentos felices vividos junto
a sus primos y a su hermana jugando en traje de baño, corriendo
sobre el pasto entre los aspersores de riego que los empapaban y
refrescaban del sol ardiente del verano israelí, o las plácidas
ocasiones en que por las tardes, echados sobre una toalla o una
manta, descansaban de las tareas laborales y escolares en compañía
de su madre y de sus tías o vigilados por las profesoras.
Según
les iban explicando Camila y Andrés a sus primas, el primer edificio
que encontraron a mano izquierda, ya situados en el sendero de
entrada al Merkaz, era el que ocupaban la lavandería (a cargo
de una señora rusa muy gorda y ya entrada en años llamada Mania y
que se desplazaba por el kibbutz sobre un triciclo de reparto
a batería, toda una tentación para niños ávidos de aventuras) y
la oficina de la administración del Merkaz, situadas en el
primer piso. En el segundo piso se encontraban las dos salas que
funcionaban como colegio de los hijos de los olim.
-
Nosotros con Andrés fuimos a clases como un mes y ya salimos de
vacaciones – comentó Camila a sus primas.- En el kibbutz
hay niños de distintos países; algunos son pesados pero la mayoría
son simpáticos. Andrés ya les enseñó garabatos chilenos a varios
de ellos; el que más les gusta es “pishiula”.
Las
primas rieron con ganas la confidencia mientras el aludido se
sonrojaba y mascullaba una excusa inventada a la rápida.
Camila, imbuida en su papel de prima mayor, explicó a Paulina
y Valeria que como ellos habían alcanzado a asistir sólo al último
mes y medio de clases impartido el curso anterior, en Septiembre
entrarían al colegio nuevamente, con ellas. Por esta razón, los dos
niños ya dominaban los rudimentos del idioma hebreo, del cual
Paulina era capaz de reproducir apenas algunas frases de sus dos años
de estudio en el Colegio en Viña. Valeria, por su parte y con apenas
6 años de edad, no había tenido tiempo de aprender nada más
sofisticado que “shalom” y sólo sabía que con esa palabra podía
saludar y despedirse, pero ignoraba que su significado original era
“paz”, palabra que dados los eternos conflictos de Oriente Medio
resultaba ser de un valor incalculable y demasiadas veces
incomprendido e ignorado.
Pasados
los tres primeros edificios, el grupo de adultos se detuvo y se
fusionó al de los niños: habían llegado al nuevo hogar de la
familia Aresti Toledo. El jeder, habitación, se encontraba en
el primer piso, a mano izquierda de la escalera de acceso al piso
superior. Superados tres largos peldaños, se llegaba a una amplia
mirpeset, porche, que de noche y con la luz encendida se
poblaba de una fauna inverosímil de pequeños reptiles e insectos de
todo tipo y aspecto, siendo el que más divertía y asustaba a la vez
a Paulina un enorme escarabajo redondo, de color marrón oscuro, que
rebotaba contra las paredes y la ventana sin orden ni concierto, y
que parecía jugar a la pelota vasca consigo mismo. En las ocasiones
en que olvidaban apagar la luz, siempre había al regreso dos ó tres
de aquellos especímenes chocando a toda velocidad de un lado a otro;
Paulina optaba entonces por entrar a su casa corriendo, el corazón a
mil, con los ojos entrecerrados y eludiendo ágilmente los torpes y
alocados vuelos del peculiar insecto.
Una
vez atravesado el umbral de la puerta de entrada, la familia se
encontró con una espaciosa habitación a mano derecha, una más
pequeña al frente y una diminuta cocina a mano izquierda, a cuyo
lado se encontraba la puerta del baño, que contaba con una ducha, un
WC y un lavatorio. La habitación grande disponía de una cama de dos
plazas, un escritorio, una mesa mediana y un par de sillas, mientras
que la más pequeña tenía un armario empotrado de pared a pared y
dos camas individuales. Obviamente se esperaba a un familia de cuatro
miembros y el jeder
disponía de lo estrictamente necesario para acomodarlos. Todos los
artículos de primera necesidad que no trajeran en sus equipajes y
requirieran más adelante, les serían proporcionados por el kibbutz.
Ajena
a las reflexiones de sus padres, que iniciaban su exilio en un mundo
tan foráneo y diverso como aquél y que, presumiblemente, estarían
viviendo juntos un desconcierto e inquietud inevitables en aquellas
circunstancias, Paulina durmió aquella noche profundamente, agotada
por el viaje y el cúmulo de sensaciones vividas en las últimas
horas, no sin antes revisar con comprensible desconfianza la rejilla
plástica que, debido al calor imperante, cubría la ventana abierta
de la habitación que compartiría con su hermana.
-
Esa rejilla es para que no se metan insectos y serpientes en el jeder
– le había susurrado tétricamente Andrés al oído al momento de
darse mutuamente las buenas noches.
Israel
comenzaba a sentirse como la mayor y más excitante aventura que
Paulina viviera jamás hasta ese momento y quizás en toda su
historia personal posterior.
Genial...que recuerdos hasta siento el olot al LUL mezclado con las flores silvestres y algun jazmin persa..hermosos dias de exilio
ResponderEliminarinolvidables recuerdos, parte de la vida de tantos... mis felicitaciones, nena.
ResponderEliminarMuchas gracias a las dos! :-) Besos! xxx <3
ResponderEliminar!! que experiencias para unas niñas sin duda forjaron a grandes mujeres. Mi abrazo !!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Sole, un abrazo para ti :)
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