En estas fechas, el colegio de mi hija
Maián celebra su tradicional Asamblea de Fiestas Patrias. Cada año,
la Asamblea se celebra en torno a un tema patrio.Y este año, la
conmemoración tuvo como tema central a Gabriela Mistral. Fue un
bonito homenaje a la gran poetisa chilena, Premio Nobel de
Literatura. Sus poemas pendían entre banderines por sobre nuestras
cabezas, y eran recitados y cantados entre números musicales donde
los niños y niñas del colegio mostraban sus mejores dotes
artísticas ataviados con trajes coloridos y alegres. Fue, reitero,
un bello homenaje. Para mí, que me estoy despidiendo de Chile día a
día entre todo tipo de trámites, idas y venidas, y un sinfín de
emociones encontradas, fue un momento muy emotivo. Y, de pronto y
como suelen darse estas cosas, un solo verso recitado al aire me
conmocionó de arriba a abajo. Un solo verso que me transportó en
segundos a esta realidad que forma parte de mí desde mi infancia: la
del exilio, la del retorno, la del arraigo y el desarraigo y que
comparto - tod@s los exiliad@s
e hij@s del exilio compartimos – con
Gabriela Mistral pues, como todos sabemos y aunque su salida de Chile
fuera voluntaria, fue también una suerte de exilio... Un solo verso
que me remeció y respondió muchas de esas preguntas que, quienes
vivimos la realidad del encuentro y desencuentro con el país que nos
vio nacer, nos hacemos muchas veces. Preguntas en torno a la
identidad, a la pertenencia, a quién somos, dónde nacimos y dónde
sentimos que está la patria.
Y ese verso era “Y en país sin
nombre me voy a morir”.
Gabriela se refería, probablemente, a Estados Unidos; o quizás a un estado mental y espiritual propios que solo ella comprendía. Pero, para mí, ese verso es la metáfora perfecta para quien se ha convertido
en apátrida. Ella, en todo caso y pese a su auto-exilio, no se
sentía cómoda en esta condición; amaba su tierra y deseaba ser
enterrada en ella. Y allí descansan sus restos, en Montegrande, tal
como ella pidió.
En mi caso, a estas alturas de mi vida,
no siento ninguna incomodidad con mi condición de apátrida. Soy una
hija del exilio y pertenezco allí donde elijo pertenecer. Y aunque
administrativamente tengo más de una nacionalidad, lo cierto es que
no tengo más petición con respecto a mis restos que ser cremada y
que mis cenizas se esparzan en la tierra. Cualquier tierra. Porque la
Tierra es solo una.
Hace ya mucho tiempo que entendí que
yo soy mi propio país sin nombre, y que allí donde muera será
donde mis restos deban quedar. De todas formas, estaré muy lejos de
cualquier lugar y pasaré a integrar ese Cosmos infinito que un día
me vio nacer.
Santiago, 15 de Septiembre de 2019