Pese a que es un tema del que soy consciente desde hace ya mucho tiempo, el hecho es que esta mañana, como nunca, me impresionó lo que podríamos llamar “el factor sorpresa de los sueños”. En efecto, los sueños, pese a ser creación de cada uno de nosotros, poseen la facultad de sorprendernos, de representar imágenes y sucesos que no esperamos, de asustarnos, de pillarnos de imprevisto y de remecernos sin que podamos poner las providencias mentales ni emocionales para evitarlo. Simplemente, nos superan. Se trata de nuestra mente, de nuestros mapas cognitivos, de nuestras emociones, de nuestros sentimientos. Debería ser posible, entonces, que nada de lo que representamos en ellos nos asombrara, que supiéramos siempre de antemano qué va a ocurrir. Sin embargo, pese a salir de nuestro propio mundo vivencial, nuestros sueños nos convierten en meros espectadores y, por ello, no sólo nos sorprenden sino que a veces nos asustan al punto del terror. Y, lisa y llanamente, no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Esta mañana tuve un sueño muy “de los míos”, o sea, largo, con trama compleja y sólida, personajes definidos y acontecimientos claros. Cuento corto: yo había sido infectada por algún tipo de organismo extraterrestre y la metamorfosis que iba a operarse en mí y en otros infectados sería gradual (y desconocida para mí, la soñadora). En algún momento, percibía que quienes estaban ya bajo la influencia del organismo se mantenían hieráticos, de pie, y con una extraña bolsa colgando de una de sus manos. La bolsa, en realidad, era una doble bolsa: la primera colgaba directamente de la muñeca, mientras que la segunda, más grande, colgaba de la primera, de manera que el resultado final podría recordar a un reloj de arena. Yo no tenía ni idea de cuál era la función de esa extraño adminículo, pero muy pronto lo veía colgar de mi propia muñeca. Por ser yo la primera infectada, imaginaba que sería la primera en sufrir el cambio o transformación. De pronto, los infectados (varios) estábamos sentados en una gran habitación (supuestamente, mi casa) y yo comenzaba a sentir un adormecimiento general y, finalmente, me dormía, cayendo mi cabeza hacia adelante. En ese mismo instante, la bolsa más pequeña se activaba, se convertía en una especie de flotador y se colocaba en mi cabeza, rodeándola a la altura de mi frente, protegiéndola de eventuales golpes. Por lo tanto, sólo en ese preciso instante yo, la soñadora, la “dueña” del sueño, la supuesta artífice de su trama e imágenes, supe para qué servía el adminículo que yo misma había creado, que mi mente había fabricado...
Definitivamente, hay mucho aún que descubrir con respecto al mundo de los sueños, pero una cosa está clara: perteneciendo a la mente de cada ser humano y pese a ser la respuesta a nuestro marco experiencial y vivencial, el hecho es que los sueños son el reflejo claro de que nuestra mente funciona a varios niveles de forma paralela, de manera que, como dice claramente el viejo dicho, “la mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda”. Un tanto inquietante, pero cierto...
Santiago, 09 de Octubre de 2011